Descripción de Ecorregiones Argentinas
La Puna
La Puna es una planicie de alrededor de 12.500.00 ha, ubicada por encima de los 3.000 m de altura en el extremo noroeste del país; abarca parte de las provincias de Salta, Jujuy, Catamarca, La Rioja y San Juan (en estos dos últimos casos depende de cómo se definan su límites). Hacia el este, la Puna se extiende hasta la Sierra de Santa Victoria, los nevados de Chañi y Cachi, y la sierra de Quilmes o Cajón. Clásicamente el límite sur se ubicaba en la Cordillera de San Buenaventura en la provincia de Catamarca pero, en realidad, este ambiente se puede encontrar también con el nombre de “punillas” o “altipampas” más al sur, entremezclado con cadenas montañosas. En el oeste, el límite lo forman una línea de volcanes que marca en el norte el límite con Chile y más hacia el sur los principales cordones de la Cordillera de los Andes.
Morfológicamente la Puna se extiende más allá de las fronteras políticas, hacia el sur de Bolivia y el noreste de Chile. Por el borde oriental acceden a la Puna una serie de valles y quebradas (Humahuaca, del Toro, Calchaquíes) que, además de servir como canales de comunicación biológica, han sido históricamente importantes vías de comunicación.
La Puna tiene un relieve relativamente chato, surcado ocasionalmente por serranías que sirven como elementos de delimitación de cuencas cerradas, características de este ambiente. En realidad, la mayor parte de la Puna (salvo en su sector norte) constituye una gran cuenca arreica, fragmentada en un sistema de cuencas menores no relacionadas entre sí. En el fondo de estas cuencas se desarrollan grandes lagunas (Guayatayoc, Vilama), que tienen límites variables según la alternancia de las usuales irregularidades interanuales en la precipitación y también por la aparición esporádica de El Niño, que tienen en el noroeste del país efectos de sequía. Cuando las lagunas tienden a desecarse, dan lugar a extensos salares (Olaroz, Hombre Muerto), que resultan de la acumulación de elementos químicos lavados en los faldeos por las lluvias y arrastrados hacia el fondo de las cuencas. Estos salares aumentan en frecuencia y tamaño hacia el sudoeste, a medida que el clima se hace más seco.
En líneas generales, las precipitaciones, siempre escasas, descienden de noreste a sudoeste. Mientras que en La Quiaca se pueden registrar alrededor de 350 mm de precipitación anual, hacia el sudeste éstas van disminuyendo y ha habido años sin registro alguno de precipitación en los salares del norte de Catamarca. Desde una perspectiva relativa, se podría diferenciar una puna más húmeda en el noreste y una más seca en el sur.
A pesar de su ubicación subtropical, el control que ejerce la altura hace que las temperaturas sean relativamente bajas, con un promedio de 10ºC. Las mínimas pueden llegar en el invierno a los -15ºC. Pero la gran sequedad del ambiente hace que la amplitud térmica diaria sea muy alta. En los meses de verano, no es raro que entre las mediciones del mediodía y las de la noche existan más de 25ºC de diferencia.
Los suelos son, por lo general, incompletos, arenosos (hay ocasionales formaciones de dunas) o pedregosos, con un muy bajo contenido de materia orgánica, ya que ésta se produce en poca cantidad y tarda mucho en descomponerse. Sólo en los escasos lugares húmedos hay formaciones de turberas, de muy lento desarrollo por las condiciones imperantes.
La baja temperatura y las escasas precipitaciones han dado como resultado una vegetación esteparia, formada fundamentalmente por arbustos bajos como la tola (Paraestrephiasp.), la añagua (Adesmia horridiscula) y la yareta (Azorella yareta) –una particularidad de ésta es su longevidad, ya que se han encontrado ejemplares que tienen cientos de años. Los arbustos, por lo general, aparecen mezclados, con distinto grado de predominio según las condiciones locales y el efecto de especialización del ramoneo del ganado. No cubren totalmente el suelo, que en buena medida aparece desnudo. Las gramíneas aparecen solamente en forma ocasional en las llamadas “vegas”, que son depresiones locales donde se acumula el agua de vertiente y dan lugar a un microambiente diferenciado; también aparecen asociaciones de esporal (Pennisetum chilensis) en algunas laderas resguardadas. Los árboles de mayor porte son muy escasos, como la queñoa (Polylepis tomentella), que aparece formando bosquecillos en algunos lugares reparados, y el churqui (Prosopis ferox), que sólo aparece en los bordes orientales más bajos. Los intentos por introducir especies foráneas no han sido muy exitosos, y solamente ha tenido cierto desarrollo el olmo siberiano (Ulmus pumila), frecuente en los centros urbanos.
La fauna está formada por animales con gran adaptación al medio, gracias a su desarrollo de pelambres muy aislantes, su gran capacidad de desplazamiento, sus pocas necesidades de bebida y sus pocas limitaciones alimenticias. De todas maneras, la riqueza faunística es limitada; por ejemplo, se pueden mencionar las vicuñas (Lama vicugna), los guanacos (Lama guanicoe), el suri andino (Pterocnemia pennatta garleppi), la chinchilla (Chinchilla chinchilla), el gato andino (Felis jacobita), aves como el flamenco (Phoenicopterus andinus y otras dos especies) y patos de varias especies. Sin embargo, y a pesar de la baja biodiversidad, en algunos lugares hay
gran concentración de ejemplares –sobre todo de aves–, como sucede en los ambientes más húmedos (por ejemplo, en la Laguna de Pozuelos).
Los Altos Andes
Los Altos Andes son, en general, todos los espacios montañosos por encima de los 3.500 m de altura, aunque hacia el sur este límite desciende hasta los 2.500 m y aun menos. Dado que el límite es altitudinal, este ambiente conforma espacios alargados y a veces aislados entre sí, y forma una especie de archipiélago. Hacia abajo, los Altos Andes se confunden con la Puna y, en otros lugares, con la Prepuna, los pastizales yungueños y el Monte, en una franja ecotonal de diferente ancho. Su superficie es difícil de calcular, pero se encuentra alrededor de las 12.000.000 de ha. El relieve es montañoso, quebrado, con valles profundos y usualmente marcados por la actividad glacial, con abundantes morrenas.
La altura es el factor ambiental más importante, pues controla las temperaturas y las precipitaciones. Las primeras nunca son elevadas y, si bien es un ambiente donde las mediciones meteorológicas son pocas, son frecuentes los descensos por debajo del nivel de congelación, aún en verano. La amplitud térmica es importante, sobre todo en verano. Del mismo modo, las escasas precipitaciones son en forma de nieve durante buena parte del año. Los Altos Andes son un receptáculo importante de agua en forma sólida, dado que allí se extiende un buen número de glaciares y campos de nieves eternas, aunque éstos están en permanente retroceso por los efectos del proceso del calentamiento global. El límite de las nieves permanentes se encuentra en unos 5.500 m en el norte, pero va descendiendo hacia el sur hasta llegar a los 3.000 m en el norte de Neuquén.
Estas condiciones básicas de baja temperatura y precipitación no permiten la formación de una cobertura vegetal densa ni la formación de suelos completos. Estos últimos suelen ser esqueléticos, salvo en las ocasionales hondonadas donde se acumula el agua de deshielo, lo que da lugar a una vegetación pobre de gramíneas. La vegetación básicamente esta formada por arbustos bajos, leñosos y en forma de colchón, muy adaptados a las condiciones locales con una copa densa, hojas pequeñas y un gran desarrollo radicular, como el cuerno de una cabra. Las gramíneas más comunes son el iro (Festuca ortophylia), el coirón (Stipa chrysophylla) y más al sur del huecú (Poa holciformis).
Similar a lo mencionado acerca de la Puna, la fauna es pobre y con baja densidad, dados los pocos recursos naturales. Sobresalen el cóndor (Vultur gryphus), el guanaco, la chinchilla, el zorro (Dusicyon culpareus sp.) y el puma (Felis concolor).
Dado su aislamiento y la rigurosidad de clima, es un ambiente relativamente poco alterado (se podría pensar que es el menos modificado del país). La instalación humana sólo ha sido continua en el último siglo, circunstancia relacionada con las obras de infraestructura y el mantenimiento de espacios dedicados al ocio, como son las pistas de esquí y las instalaciones mineras, que en este país son relativamente escasas en la alta montaña. Anteriormente, los Altos Andes sólo eran recorridos en verano por los pastores trashumantes y los ocasionales viajeros que transitaban la cordillera hacia o desde Chile. También fue un campo de cacería, sobre todo de guanaco.
La conservación en la Puna y los Altos Andes Si se suman las superficies de los dos ambientes, se contabilizarían alrededor de 24.000.000 de ha, por lo que se podría decir que, dado el nivel de conservación existente en el país, el 20% que teóricamente cubren las áreas protegidas (AP) en estos ambientes representa un nivel adecuado de protección. Sin embargo, la realidad es otra: sólo se puede decir que un cuarto de las casi 5.000.000 de ha que se encuentran como “protegidas” en realidad lo están. La mayor parte de las extensas reservas y parques provinciales no cuentan con la infraestructura adecuada, no tienen un plan de manejo realista y, a veces, ni siquiera tienen guardaparques. Hay que tener en cuenta que se trata de un ambiente muy riguroso, con enormes superficies que carecen, por lo general, de caminos transitables y que tienen una serie de recursos faunísticos que son muy atrayentes para los cazadores furtivos. En realidad, y en consideración de lo que sucedió con la vicuña, se podría pensar que para la protección de estos elementos del ambiente las legislaciones dirigidas a la regulación de la comercialización han sido mucho más eficientes que las del control de la actividad de los cazadores.
También hay que tener en cuenta que el acceso a buena parte de estos lugares protegidos es muy fácil (sobre todo en la Puna), dado que están atravesados por rutas transitables y, a veces, muy activas. Téngase en cuenta que, por ejemplo, el bajo impacto que ha sufrido San Guillermo se debe fundamentalmente al hecho de su aislamiento.
SITUACIÓN AMBIENTAL EN LAS ECORREGIONES PUNA Y ALTOS ANDES Por: Carlos Reboratti Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET). Universidad de Buenos Aires (UBA). creborat@arnet.com.ar
Yungas
Las Yungas de la Argentina y Bolivia: bosques nublados en su extremo meridional En el noroeste de la Argentina y el sur de Bolivia se encuentra el límite sur de la distribución de los Bosques Andinos Yungueños en América del Sur. Conocidos localmente como Selva Tucumano-boliviana, Selva Tucumano-oranense o Yungas, estos bosques húmedos subtropicales presentan precipitaciones concentradas en el período estival (noviembre-marzo). En conjunto con la selva misionera, estos dos núcleos selváticos, de similar superficie, representan menos del 2% de la Argentina continental, pero acumulan más del 50% de la biodiversidad del país (Brown et al., 1993). En la Argentina, las Yungas ocupan una superficie estimada actual de 5.200.000 ha, se extienden desde la frontera con Bolivia (23° de latitud sur) hasta el norte de la provincia de Catamarca (29° de latitud sur) y pasan por las provincias de Salta, Jujuy y Tucumán. Presentan una longitud de 600 km en sentido norte-sur y menos de 100 km de ancho, en un rango altitudinal entre los 400 y 3.000 msnm. Las Yungas no sólo se encuentran en la Argentina, sino que se extienden hacia Bolivia, en los departamentos de Tarija y Chuquisaca, y conforman una sola unidad tanto desde punto de vista biogeográfico como ecológico y social (Grau y Brown, 2000; Brown et al., 2001). En la Argentina, las áreas que tradicionalmente han sido ubicadas dentro de las selvas de montañas o Yungas han sido denominadas como “Yungas en sentido estricto” y ocupan una superficie aproximada de 2.700.000 ha (Brown et al., 2002). Aestos bosques deben sumarse las “Yungas en transición”, otras 2.500.000 de ha relativamente más secas, usualmente más simples estructuralmente y menos diversas, que comúnmente aparecen formando ecotonos con ambientes del Chaco Semiárido y el Chaco Serrano.
Las “Yungas en sentido estricto” se caracterizan por un fuerte gradiente altitudinal que tiene por correspondencia un importante gradiente en la composición específica de la vegetación. Dependiendo del punto del gradiente altitudinal en que uno se encuentre, existen especies adaptadas a las más diversas condiciones ambientales (sequía, altas temperaturas, elevados niveles de humedad, heladas y nevadas invernales). Esta situación genera condiciones ambientales para la coexistencia de especies de diferentes orígenes biogeográficos a lo largo del gradiente altitudinal (especies andinas, holárticas, austral-gondwánicas, tropicales). Como respuesta al gradiente ambiental, la vegetación de las Yungas se organiza en pisos o franjas de vegetación de características fisonómicas y florísticas bien diferenciables:
Selva Pedemontana. Ocupa los sectores entre los 400 y 700 msnm en el pedemonte y las serranías de escasa altitud. En todo el noroeste los distintos autores han reconocido a grandes rasgos dos unidades ambientales claramente diferenciables dentro de este piso de vegetación: la “selva de palo blanco y palo amarillo” (Calycophyllum multiflorum y Phyllostylon rhamnoides, respectivamente) en las áreas más septentrionales (provincias de Salta y Jujuy) y la “selva de tipa y pacará” (Tipuana tipu y Enterolobium contortisiliquum, respectivamente) en las más meridionales (provincia de Tucumán, principalmente). La segunda comunidad vegetal ha sido completamente transformada en áreas de agricultura intensiva hacia fines del siglo XIX y principios del XX (principalmente para plantaciones de caña de azúcar), en tanto que la primera aún persiste en una importante superficie superior al medio millón de hectáreas en la alta cuenca del río Bermejo, en la región fronteriza con Bolivia, mayormente en situación de ladera (Brown y Malizia, 2004). Esta selva de “palo blanco y palo amarillo” ha sido considerada como relicto de un bosque que se extendió por gran parte de las áreas tropicales y subtropicales de Sudamérica, del cual quedan pocos fragmentos. Además de en la Selva Pedemontana, existen parches de este tipo de bosque en el centro de la Argentina y Paraguay, al sudeste de Bolivia, en los extremos del noreste de Brasil (Caatinga) y al norte de Venezuela y Colombia, en la Península de Guajira (Prado, 1995). Las especies dominantes son el palo blanco, el palo amarillo, el lapacho rosado (Tabebuia impetiginosa), el cebil (Anadenanthera colubrina), la quina (Myroxylon peruiferum), la afata (Cordia trichotoma), el palo lanza (Patagonula americana), la pacara y el urundel (Astronium urundeuva) –Brown, 1995 b.
Selva Montana. Ocupa las laderas de las montañas entre los 700 y los 1.500 msnm, y representa la franja altitudinal de máximas precipitaciones pluviales (más de 2.000 mm anuales). Las especies dominantes son de origen tropical y presentan en esta región su límite meridional de distribución geográfica. Entre ellas se pueden señalar la maroma (Ficus maroma), los laureles (Cinnamomum porphyrium, Nectandra pichurim y Ocotea puberula), el pocoy (Inga edulis, I. marginata, I. saltensis), la tipa blanca y el palo barroso (Blepharocalix salicifolius). En general, es un bosque con predominio de especies perennifolias y con una estacionalidad hídrica menos marcada que la Selva Pedemontana. Los deslizamientos de laderas son los principales disturbios naturales de este nivel altitudinal, al cual responden un conjunto de especies que tienen en los mismos su principal situación de reclutamiento poblacional (Trema micrantha, Mutingia calabura, A. colubrina, Parapiptadenia excelsa, T. tipu, Bocconia pearcei) –Grau y Brown, 1995.
Bosque Montano. Representa el piso ecológico de los “bosques nublados” propiamente dichos, entre los 1.500 y 3.000 msnm. Se encuentra lindante con los “pastizales de neblina” (ubicados altitudinalmente por encima) y muestra el paisaje con mayor heterogeneidad estructural. Esta heterogeneidad está dada por bosques en distintos estadíos sucesionales a partir de la dinámica del fuego, elemento utilizado por las poblaciones locales para renovar las pasturas y controlar los procesos de sucesión secundaria (Brown, 1995 b; Arturi et al., 1998; Grau y Veblen, 2000). Las especies comunes son de clara distribución andina; entre ellas, se encuentran especies de origen austral (gondwánico), como el pino del cerro (Podocarpus parlatorei), la yoruma colorada (Roupala meisneri) y la flor de la quebrada (Fuchsia boliviana) de origen boreal (holártico) como el aliso del cerro (Alnus acuminata), el nogal criollo (Juglans australis), el arbolillo (Viburnum seemenii), el sauco o molulo (Sambucus peruviana) y el palo yerba (Ilex argentinum).
En las Yungas en transición, además de las especies típicas de la vegetación chaqueña (e.g., el palo borracho, el horco quebracho, el quebracho blanco), se pueden encontrar el cebil, el palo blanco, el palo amarillo, el virarú (Ruprechtia laxiflora), el lapacho rosado, especies características de las áreas bajas de las Yungas.
Las Yungas en la Argentina presentan también un gradiente latitudinal de diversidad biológica originado principalmente por la discontinuidad de las masas de bosques que, a su vez, es producto de la irregular distribución de los cordones montañosos sobre los que las mismas se desarrollan. En tal sentido, se reconocen tres sectores geográficos latitudinales (norte, centro y sur), que coinciden con los grandes bloques orográficos y que se contactan entre sí a través de los bosques chaqueños serranos en las áreas intermedias (Brown et al., 2002).
SITUACIÓN AMBIENTAL EN LOS BOSQUES ANDINOS YUNGUEÑOS Por: Alejandro D. Brown, Silvia Pacheco, Teresita Lomáscolo y Lucio Malizia Laboratorio de Investigaciones Ecológicas de las Yungas, Universidad Nacional de Tucumán (UNT) y Fundación ProYungas. abrown@proyungas.com.ar
Paisaje y vegetación El Chaco Seco es, en su mayor parte, una vasta llanura sedimentaria, modelada esencialmente por la acción de los ríos que la atraviesan en sentido noroeste-sudeste, principalmente el Juramento-Salado, el Bermejo y el Pilcomayo. Sus altas cuencas se encuentran fuera de la región, en la cordillera, desde donde transportan una gran cantidad de sedimentos que forman albardones a los costados del cauce o, como ocurre con frecuencia, colmatan los cauces y dan origen a la divagación de los ríos.
Estas divagaciones forman con el tiempo verdaderos abanicos (o paleo abanicos) fluviales, caracterizados por la presencia de paleoalbardones con una cobertura vegetal (muchas veces en desequilibrio con el régimen hídrico actual) y paleocauces de suelos arenosos, generalmente cubiertos por pastizales de aibe (Elionurus sp.) que atraviesan la matriz boscosa característica de la región. Estos paleocauces fueron, a fines del siglo XIX y a comienzos del XX, las vías de acceso de los colonos ganaderos que se establecían en la región. De hecho, la zona conocida popularmente como “el impenetrable” no presenta un bosque más cerrado o espinoso que el resto, sino que es un área donde no existen paleocauces y, por lo tanto, resultaba inaccesible o “impenetrable” para los colonos. Originalmente también se encontraban parches de pastizales de distinto tipo en las zonas más bajas e inundables o donde el bosque había sido eliminado por el fuego.
El fuego es otro importante factor que actúa como modelador del paisaje a nivel regional. Aunque en una época se lo consideró como un elemento negativo para el ambiente, hoy en día no hay dudas de que se trata de un componente natural que se manifiesta periódicamente. Su acción tiene un rol fundamental en el equilibrio dinámico que existe entre las especies leñosas y las herbáceas. Es el responsable de numerosos parches de pastizal que salpican la matriz boscosa, parches que persisten sólo si el fuego es recurrente ya que, de no ser así, el bosque se restablece. Son los llamados pastizales pirógenos, y las gramíneas más importantes en ellos son el pasto crespo (Trichloris sp.), los sorguillos (Gouinia sp.) y la cola de zorro (Setaria argentina). El fuego también es manipulado por el hombre con fines de manejo, para favorecer el rebrote del pasto del que se alimenta el ganado, para facilitar la caza y para eliminar áreas boscosas con fines agrícolas; de hecho, la palabra “chaco” en todas sus acepciones lleva implícito el concepto de la perturbación del manto verde con el uso del fuego (Morello, 1970). Este manejo, cuando es practicado en forma inadecuada, sí implica un efecto negativo sobre el medio.
Dentro del Chaco Seco se pueden distinguir tres subregiones, según sus condiciones climáticas:
El Chaco Semiárido es la más extensa, pues ocupa el oeste de Chaco y Formosa, casi la totalidad de Santiago del Estero, el este de Salta y Tucumán, y parte del norte de Córdoba. Es en esta subregión donde el bosque chaqueño encuentra su mayor expresión por la continuidad y la extensión de la masa boscosa. Este bosque, xerófilo y semicaducifolio, antes de la intervención del hombre contaba con un estrato superior dominado por el quebracho colorado santiagueño (Schinopsis quebracho-colorado) y el quebracho blanco (Aspidosperma quebracho-blanco), que superaba los 20m. En el límite oriental de la ecorregión, estas especies coexisten también con el quebracho colorado chaqueño (Schinopsis balansae), en lo que se conoce como el “bosque de los tres quebrachos”, una de las comunidades más particulares y amenazadas de la ecorregión (ver Adámoli en este volumen). En el centro u oeste del Chaco Seco aparece también el palo santo (Bulnesia sarmientoi), aunque generalmente en suelos deprimidos.
El quebracho colorado santiagueño, que delimita tradicionalmente el Chaco Semiárido con su distribución, es, sin duda, una de las especies más emblemáticas de la región y, tal vez, una de las más imponentes de la flora argentina. Se destaca por su robustez y por la dureza de su madera (su nombre deriva de “quiebra hacha”), su tronco puede alcanzar el metro y medio de diámetro a la altura del pecho y no se ramifica en su parte baja. Se hace referencia a él en numerosas canciones de la música popular de la región. Es, además, una de las especies que fue más afectada por la acción del hombre, a través de la explotación forestal de carácter minero, lo que llevó a una drástica reducción de sus poblaciones.
Integran el bosque chaqueño también otros árboles más bajos como el mistol (Ziziphus mistol), de frutos comestibles, el palo cruz (Tabebuia nodosa), una gran variedad árboles y arbustos, con una importante presencia de algarrobos (Prosopis sp.) que se ven favorecidos por la extracción forestal y la ganadería, y la carandilla (Trithinax biflabellata), que tiene un importante papel en la propagación de incendios.
El Chaco Serrano forma la mayor parte del límite oeste de la región, que en este tramo limita con las Yungas y el Monte, y ocupa sectores de las provincias de Salta, Tucumán, Catamarca, La Rioja, San Luis y Córdoba. Está formado por elementos de las Sierras Pampeanas y las áreas más bajas de las Sierras Subandinas. En el extremo occidental del Chaco Semiárido las sierras constituyen una barrera orográfica para los vientos húmedos del este, lo que provoca mayores precipitaciones en las laderas orientales y climas más secos hacia el oeste. Este factor y la variación térmica asociada a la altura establecen particulares condiciones climáticas que determinan el desarrollo de la vegetación. En general, el bosque serrano está dominado por el horco-quebracho (Schinopsis hanckeana), junto con el molle de beber (Lithrea molleoides), especialmente en el sur, y por gran cantidad de cactáceas y leguminosas espinosas en el norte. En el estrato arbustivo y herbáceo aparecen varias especies de otros distritos biogeográficos. A mayor altitud, el bosque es reemplazado por pastizales o estepas graminosas con predominio de especies de los géneros Stipa y Festuca. El mismo juega, posiblemente, un rol importante en la conectividad norte-sur entre los distintos sectores de Yungas.
El Chaco Árido ocupa el sudoeste de la región: el este de Catamarca y La Rioja, el norte de San Luis, el noroeste de Córdoba y el sudoeste de Santiago del Estero. Está prácticamente rodeado por sierras, lo que le confiere características particulares ya que, al actuar como barrera, restringe fuertemente las precipitaciones en esta subregión. Las cuencas que se forman son autóctonas y endorreicas (no desagotan agua fuera de la región), y la evapotranspiración es superior al aporte de agua. Esto origina un fuerte proceso de evaporación, que saliniza los suelos y llega a formar salinas. De hecho, las Salinas Grandes, que ocupan 8.400 km2 en Catamarca, Córdoba, La Rioja y Santiago del Estero, son las mayores del país. La salinidad de los suelos condiciona la vegetación y, según las condiciones particulares, se encuentran distintos tipos de arbustales, muchas veces dominados por el jume (Suaeda sp. y Allenrolfea sp.), con presencia de elementos más típicos de la ecorregión del Monte, tales como las jarillas (Larrea sp.). En los suelos altos menos salinos aparece el bosque xerófilo característico de la región, incluso con el quebracho colorado santiagueño.
Fauna: El Chaco Seco contiene una gran diversidad faunística, aunque muchos de sus componentes han sufrido una fuerte reducción en sus poblaciones, provocada por la intervención antrópica. Los principales factores con los que el hombre ha amenazado y amenaza a la conservación de la fauna de la región son: la reducción y la fragmentación de hábitat, especialmente en las zonas aptas para la agricultura, y la caza, principalmente de algunos mamíferos mayores.
Entre los mamíferos que habitan la región, se destaca sin dudas el yaguareté (Panthera onca), aunque su situación es bastante crítica (tanto en el Chaco como en otras regiones), debido a la fuerte fragmentación que experimentó su hábitat y a la presión de caza que sufrió y sufre por parte de los pobladores.
Aunque fuera del país habita zonas más húmedas, en la Argentina el tatú carreta (Priodontes maximus) es exclusivo del Chaco Seco. Se trata del mayor de los armadillos vivientes con unos 150 ó 160 cm de longitud total. Es muy perseguido por el hombre, ya sea como curiosidad o como alimento, por lo que nunca se lo encuentra cerca de poblados. Su densidad poblacional es muy baja y, por ello, es una especie raramente vista. Como el resto de los armadillos (el Chaco Seco es la región con mayor diversidad de este grupo) es de hábito crepuscular o nocturno, y con sus uñas delanteras cava cuevas en donde se refugia en caso de agresión.
Están presentes tres especies de pecaríes o chanchos salvajes: el labiado (Tayassu pecari), el de collar (T. tajacu) y el quimilero (Catagonus wagneri), de mayor tamaño y el único endémico de la región. Con respecto a este último, su estado de conservación es precario por su escaso tamaño poblacional y porque es preferido por los cazadores sobre los otros pecaríes. Si bien los pobladores de la región lo identificaban claramente como una especie diferente, la “ciencia moderna” lo descubrió recién en 1975. Debe su nombre a su costumbre de alimentarse de los frutos del quimil (Opuntia quimilo), una cactácea común en la región.
El guanaco (Lama guanicoe) actualmente sólo cuenta con relictos poblacionales en la periferia de la región (Salinas Grandes y Sierra de las Quijadas), pero en el pasado contaba con una distribución más amplia dentro del Chaco Seco. La enorme retracción que ha sufrido se debería, principalmente, a la presión de caza que recibió por parte de los pobladores (fundamentalmente sobre sus crías o “chulengos” para consumo) y a la reducción de las superficies abiertas de pastizal, que eran su hábitat más propicio.
Los mismos motivos habrían afectado a la raza norteña del venado de las pampas (Ozotoceros bezoarticus leucogaster), que contaba con poblaciones en distintas localidades de la región y, actualmente, se encuentra en inminente riesgo de extinción en el país (ver el artículo de Pautasso en este volumen). El oso hormiguero (Myrmecophaga tridactyla), especie amenazada y emblema de la conservación en el país, se encuentra en el Parque Nacional Copo, uno de sus refugios.
Una gran diversidad de aves habita los bosques y los pastizales del Chaco Seco; entre las más características de la región están la martineta chaqueña (Eudromia formosa), la chuña de patas negras (Chunga burmeisteri), el carpintero negro (Dryocopus schulzi), el hornerito copetón (Furnarius cristatus), la viudita chaqueña (Kinipolegus striaticeps) y el soldadito común (Lophospingus pusillus).
Entre los reptiles, se encuentran bien representados los grupos de los iguánidos y los lagartos. Entre los ofidios se destacan la lampalagua (Constrictor constrictor) y la yarará (Bothrops sp). Habitan la región numerosos anfibios que combaten de distintas maneras la escasez de agua; por ejemplo, algunos la encuentran en los huecos de la vegetación y otros se entierran en pequeños charcos temporarios.
Son comunes las colonias de insectos sociales como las termitas y las hormigas (Atta sp.,Acromyrmex sp.), que en algunas zonas son consideradas como las principales consumidoras de vegetación, aunque también las hay granívoras y predadoras.
SITUACIÓN AMBIENTAL DE LA ECORREGIÓN DEL CHACO SECO Por: Sebastián A. TorrellaI y Jorge AdámoliII ILaboratorio de Ecología Regional de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales (FCEN), Universidad de Buenos Aires (UBA). IIProfesor Asociado de Ecología Regional, Facultad de Ciencias Exactas y Naturales, Universidad de Buenos Aires. Investigador independiente del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET). jorge@ege.fcen.uba.ar
El Chaco Oriental o Húmedo
Es una extensa región que abarca más de 12.000.000 de ha (120.000 km2) en este país (la superficie varía según los autores, de modo que llega a abarcar desde 170.000 hasta 200.000 km2). Ocupa aproximadamente la mitad este de las provincias de Chaco y Formosa, y parte del norte de Santa Fe.
Se trata de una llanura extremadamente plana, con pendientes muy suaves en sentido oeste-este del orden de 20 a 40 cm/km. Geomorfológicamente es un bloque hundido, rellenado con sedimentos de los ríos Pilcomayo, Bermejo y Juramento. La baja pendiente de toda la región chaqueña y la torrencialidad estacional de los ríos favorecen los procesos fluviomorfológicos, y genera una topografía local irregular, con albardones elevados con respecto a los alrededores anegables.
El clima es templado húmedo, con una temperatura media anual de 22ºC y temperaturas absolutas que pueden alcanzar máximas superiores a 40ºC y mínimas bajo cero. Las precipitaciones siguen un marcado gradiente longitudinal, con registros máximos en el este, superiores a 1.300 mm (con valores de hasta 2.200 mm), que decaen en el oeste a 750 mm. El período de lluvias se corresponde con la estación cálida, y se concentra durante los meses de octubre a abril. El mínimo de precipitaciones se registra durante la estación invernal, entre los meses de junio a agosto, en los que se presentan sequías y algunas heladas.
En algunos años, coincidentes con el fenómeno de El Niño, se producen intensas precipitaciones que provocan inundaciones extraordinarias en gran parte del territorio. También, pero con menor frecuencia, existen años en los que se acentúa y prolonga la sequía invernal, lo que favorece la ocurrencia de incendios, naturales y provocados, de pastizales y sabanas.
Los principales ríos que bajan de la cordillera y vuelcan sus aguas en el Chaco son el Pilcomayo, el Bermejo, el Juramento-Salado y el Tafí-Dulce. Estos ríos alóctonos (formados fuera de la región) ingresan al Chaco con caudales importantes durante todo el año y un alto contenido de sedimentos, y atraviesan la planicie chaqueña, donde experimentan una marcada inestabilidad de sus cauces. Los sucesivos cambios de curso, resultado de procesos de colmatación o de taponamiento, dan lugar a la formación de amplios abanicos aluviales. Por el contrario, los ríos autóctonos (formados dentro de la región con aguas que provienen de lluvias locales), que se manifiestan claramente en el Chaco Húmedo, son espacialmente muy estables, con cuencas de pequeñas dimensiones, bajos caudales y muy baja carga sedimentaria, por lo que no presentan condiciones para la migración de sus cauces.
El escurrimiento superficial del agua en el Chaco Húmedo se produce de una manera distributiva en el norte y otra concentradora en el sur (Herrera et al., 2005). El modelo distributivo del norte corresponde a la subregión denominada “Chaco de esteros, cañadas y selvas de ribera” (Morello y Adámoli, 1968), en la que coexisten las geoformas originadas por los ríos autóctonos con las de los ríos alóctonos. Los brazos del abanico aluvial del río Bermejo generan un alineamiento de las formas del relieve de dirección oestenoroeste-estesudeste, por el cual las áreas más deprimidas e inundables (esteros, bañados y riachos de origen autóctono) quedan contenidas lateralmente por los albardones de los distintos ríos (de origen alóctono). Este impedimento favorece que los cuerpos de agua formados por las lluvias locales escurran sus aguas, en parte canalizadas en los ríos y los riachos, y en parte en forma laminar a través de las cañadas y los esteros, hasta alcanzar el río Paraguay por diversos puntos.
El modelo concentrador del sur corresponde a los Bajos Submeridionales, una inmensa depresión inundable en la que no se manifiesta el modelado fluvial del sistema alóctono, dado que el río Salado, único río que ingresa a esta subregión, lo hace con un caudal ínfimo, sin la posibilidad de ejercer algún tipo de modelado. El pobre drenaje de los suelos junto con el lento y desorganizado escurrimiento superficial del agua hacen que gran parte de la subregión se anegue por varios meses en época de lluvias. La presencia de la Dorsal Oriental de Santa Fe provoca que las aguas confluyan formando un gigantesco embudo que las dirige hacia el sur y se vierten en el río Salado, que gradualmente aumenta de volumen hasta desembocar en el río Paraná con un importante caudal de claro origen autóctono.
Los humedales, elementos dominantes del paisaje El complejo régimen hidrológico, junto con las características geomorfológicas, climáticas y –asociadas a ellas– edafológicas de la región, determinó la existencia de un gran número y diversidad de humedales. Estos humedales están ampliamente distribuidos por toda la región chaqueña, y cubren más del 80% del territorio del Chaco Oriental (con una superficie superior a las 9.750.000 ha), pero también con amplia representación en el Chaco Seco.
Los humedales son ecosistemas que presentan propiedades únicas que los diferencian de los ambientes terrestres y acuáticos. Dependen de un proceso recurrente de inundación o de saturación del sustrato, lo que determina la presencia de suelos con rasgos hidromórficos y de especies adaptadas a condiciones de anegamiento permanente o temporario. En otras pala
bras, lo que caracteriza a un humedal es la influencia del agua, a través de su patrón estacional o régimen hidrológico, principal condicionante del ambiente, la vegetación y la fauna de estos ecosistemas.
Los humedales chaqueños presentan, en general, un ciclo anual de recarga hídrica durante la época lluviosa de octubre a abril, seguido por un período de estiaje que se extiende durante la estación seca de mayo a septiembre. Este régimen es variable en intensidad y duración, y está asociado a las variaciones pluviales o fluviales. Por ejemplo, las crecidas del río Paraguay pueden provocar inundaciones otoñales e invernales.
En el Chaco Húmedo los humedales son colindantes entre sí, pero claramente diferenciables por su organización espacial y sus atributos funcionales. En esta región, los humedales son claros ejemplos de macrosistemas o macrohumedales (Adámoli, 1999; Neiff, 2001; Ginzburg et al., 2005). Un paradigma de macrohumedal es el ya citado “Chaco de esteros, cañadas y selvas de ribera”, en el este de las provincias de Chaco y Formosa. En él, las unidades de paisaje tienen una clara orientación oestenoroeste-estesudeste, y es común que haya esteros o cañadas de 100 a 200 km de extensión y de unos 10 km de ancho, separados por albardones igualmente extensos, pero cuyos anchos son del orden de 1 km. Esta configuración tiene dos implicancias clave, ya que en lo funcional se establecen relaciones muy estrechas entre los elementos, y en lo cartográfico resulta imposible mapearlos por separado, salvo a niveles de mucho detalle.
En el Chaco Húmedo todos los humedales presentan un balance positivo de entrada/salida de agua durante la época de lluvias, es decir, la cantidad de agua que reciben es superior a la que pierden, lo que genera de esta manera, importantes excedentes de agua que fluyen en forma laminar o encauzada. Al discriminar cuál es el origen del ingreso de las aguas (pluvial o fluvial), se conforman dos grandes grupos (Ginzburg et al., 2005):
1) Los humedales originados en ríos de importancia continental (con cuencas del orden de 1.000.000-2.000.000 de km2), que corresponden a las planicies de inundación de los ríos Paraguay y Paraná; funcionan como sistemas de paso, con enormes volúmenes de agua desplazados, sin presentar grandes diferencias en cuanto a la organización del paisaje y las características de los humedales. Comprende los siguientes: • Planicie de inundación del río Paraguay (225.000 ha). • Planicie de inundación del río Paraná (1.400.000 ha). 2) Los humedales originados básicamente por lluvias locales, donde los aportes de los ríos alóctonos son secundarios (salvo en el caso del Estero Bellaco, en la provincia de Formosa, y de los Esteros de Pampa del Indio, en la provincia de Chaco, formados por desbordes del río Bermejo). Las altas precipitaciones y el predominio de suelos marcadamente arcillosos favorecen la formación de estos humedales. En esta categoría se incluyen:
• Bosques, cañadas y lagunas (2.800.000 ha). • Esteros, cañadas y selvas de ribera (2.890.000 ha). • Bajos Submeridionales (4.075.000 ha). • Región del Iberá (3.795.000 ha).
El fuego El fuego es un componente ecológico muy importante en el diseño de la vegetación del Chaco Húmedo, al ser un elemento regulador de la dinámica de sus ecosistemas de sabanas y pastizales. Se da una conjunción de diversos factores, tales como la alta productividad del estrato herbáceo, el predominio de pastizales y pajonales con especies fibrosas y un nivel de herbivoría insuficiente como para asimilar toda la producción de biomasa herbácea, lo que genera, a su vez, una acumulación de material combustible que posibilita que el fuego sea un factor clave en la relación herbáceas/leñosas, al restringir el reclutamiento de las leñosas y favorecer el desarrollo de las herbáceas.
Ya en tiempos prehispánicos las etnias chaqueñas usaban el fuego para desplazar y concentrar la caza, para comunicarse con humo y para guerrear. Los incendios, naturales o provocados, son una parte fundamental del diseño y el funcionamiento del paisaje chaqueño. La ecología de pastizales, como los de paja colorada o los de chajapé y espartillo, está profundamente ligada a incendios de origen antrópico desde tiempos precolombinos. Más recientemente, el fuego se utiliza como una herramienta de manejo en la producción ganadera, dado que poco tiempo después de la quema, al producirse el rebrote del estrato herbáceo, el valor nutritivo y la concentración de nitrógeno y de proteína bruta alcanzan sus niveles máximos. Se calcula que, anualmente, se queman entre 2.000.000 y 4.000.000 de ha de pastizales y sabanas en el Chaco Húmedo (Herrera et al., 2003).
Vegetación En el Chaco Oriental se da una estrecha vinculación entre las distintas formas del paisaje y la vegetación que se desarrolla en ellas. Las comunidades vegetales (Morello y Adámoli, 1967, 1968 y 1974) se encuentran condicionadas por el gradiente topográfico que ocupan, y éste está relacionado, a su vez, con el gradiente de inundación.
El Monte Fuerte o Quebrachal constituye la comunidad florística más importante. En este bosque predominan el quebracho colorado chaqueño (Schinopsis balansae), un árbol de gran porte que puede alcanzar los 20 m de altura y un tronco de 1 m de diámetro, y en menor cantidad, el quebracho blanco (Aspidosperma quebracho-blanco), de menor porte que el anterior. A ellos se les suman el guayacán (Caesalpinia paraguariensis), el algarrobo negro (Prosopis nigra), el algarrobo blanco (Prosopis alba), el mistol (Ziziphus mistol) y el chañar (Geoffroea decorticans), entre muchas otras especies. Se trata, en general, de un bosque semixerófilo con árboles caducifolios, que se encuentra en las posiciones altas e intermedias del terreno.
En tierras o campos altos, sobre suelos arenosos a húmedos pero casi nunca anegables, se desarrollan los pastizales. En ellos crecen numerosas especies herbáceas, entre las que predominan gramíneas como la paja colorada (Andropogon lateralis), la cola de zorro (Schizachiryum spicatum) y el espartillo dulce (Elionurus muticus). Estos campos altos y pajonales suelen sufrir incendios, luego de los cuales aparecen especies que florecen inmediatamente, como Calea cymosa, Turnera grandifolia, Aspalia pascaloides, etc.
En sectores topográficamente un poco más bajos y que en épocas de grandes lluvias se inundan parcialmente, se encuentran las sabanas y los palmares. En las sabanas la superficie está cubierta por un tapiz de especies herbáceas, con especies leñosas distanciadas entre sí, por lo que adquiere una fisonomía más bien abierta; entre las leñosas se encuentran el ñandubay o espinillo (Prosopis affinis), el urunday (Astronium balansae) y el palo piedra (Diplokeleba floribunda). Los palmares de palma blanca o caranday (Copernicia alba) crecen en parcelas casi puras, con un dosel abierto y un denso tapiz herbáceo en la superficie, en suelos alcalinos y salobres; esta palmera puede alcanzar una altura de 12 a 15 m y un tronco de 30 cm de diámetro.
Muchas veces, entre el Monte Fuerte y las sabanas y los palmares, existe una zona de transición donde se presenta un bosque bajo abierto, en el que coexisten árboles de menor porte, palmeras, caranday y arbustos.
En los albardones más desarrollados, pertenecientes a los ríos alóctonos, se extienden formando una estrecha franja las selvas en galería (también llamadas selvas marginales, selvas de ribera o bosques de albardón). Estos albardones tienen un alto relieve positivo y permiten la instalación de especies leñosas que no pueden prosperar en las áreas inundables. Entre los árboles de mayor porte (más de 16 m) predominan el timbó colorado (Enterolobium contortisiliquum), el lapacho rosado (Tabebuia heptaphylla), el guayaibí (Patagonula americana), el espina de corona (Gleditsia amorphoides), el laurel blanco (Ocotea diospyrifolia) y el ombú (Phytolocca dioica). Aestos los acompañan el pindó (Syagrus romanzoffiana), el Francisco Álvarez (Pisonia zapallo), el urunday (Astronium balansae), el poroto guaycurú (Capparis flexuosa) y la azucena del monte (Brunfelsia uniflora). Abundan, además, numerosas trepadoras y epífitas.
Por otro lado, en los albardones mucho menos desarrollados (en alto y ancho) de los ríos autóctonos, se produce la instalación de los bosques riparios de inundación, unos delgados bosques en galería. Éstos poseen un reducido desarrollo lateral y una muy baja riqueza de especies, dado que cada lluvia de regular intensidad los deja parcialmente inundados durante períodos de dos a tres meses, y son pocas las especies que pueden tolerar estas condiciones críticas de asfixia radicular.
En los terrenos más bajos, de suelos arcillosos, se encuentran los ambientes acuáticos representados por los esteros, las cañadas y las lagunas. Mientras que en las zonas topográficamente más bajas se extienden los esteros, donde el suelo permanece cubierto de agua casi todo el año (entre nueve a once meses/año) e impide el desarrollo de árboles, en las cañadas o bañados el agua permanece por períodos menores (generalmente, menos de seis meses) y cubre el suelo de una forma más irregular con las grandes lluvias, para luego desaparecer con las sequías; los bañados suelen sufrir incendios estacionales. Entre las comunidades características de todos estos ambientes acuáticos se encuentran los pajonales, los pirizales, los peguajosales, los totorales y los camalotales, con una enorme variedad de especies acuáticas, tanto flotantes como arraigadas. En un gradiente creciente de inundación, desde los bañados hacia los esteros, se encuentran la paja amarilla (Sorghastrum setosum), la paja boba (Paspalum intermedium), la paja de techar (Panicum prionitis), el pirí (Cyperus giganteus), el junco (Schoenoplectus californicus) y el pehuajó (Thalia geniculata).
Para citar un ejemplo de la vasta biodiversidad que existe en la región, cabe mencionar que en la Reserva Biológica Estricta de Colonia Benítez (provincia de Chaco) existen alrededor de doscientos ochenta especies vegetales, número para nada despreciable si se considera que la reserva cuenta tan sólo con una superficie de 10 ha.
Fauna: La gran variedad de ambientes del Chaco Húmedo (bosques, esteros, bañados, sabanas, pastizales, lagos y ríos) hace que se presente en la región una notable cantidad y diversidad de fauna silvestre. Seguramente, la cantidad más grande de especies corresponde al grupo de los insectos, entre los cuales las hormigas se destacan por ser la principal biomasa de consumidores primarios en la región. Entre los vertebrados se encuentran más de cincuenta especies de peces, cuarenta de anfibios, cincuenta de reptiles, trescientas cincuenta de aves y setenta de mamíferos.
Dentro del grupo de los reptiles se encuentran, entre otras especies, el yacaré negro (Caiman yacare), el yacaré overo (Caiman latirostris), la iguana overa (Tupinambis merianae), la tortuga canaleta chaqueña (Acanthochelys pallidipectoris), la boa curiyú (Eunectes notaeus) y la yarará grande (Bothrops alternatus).
Entre la gran diversidad de aves, se pueden nombrar las siguientes: el tuyuyú (Mycteria americana), el jote cabeza amarilla (Cathartes burrovianus), el águila coronada (Harpyhaliaetus coronatus), el guaicurú (Herpetotheres cachinnanas), el aguilucho pampa (Busarellus nigricollis), la charata (Ortalis canicollis), el milano chico (Gampsonyx swainsonii), el ipacaá (Aramides ypecaha), el carpintero lomo blanco (Campephilus leucopogon), la urraca morada (Cyanocorax cyanomelas), el yetapa de collar (Alectrurus risora) y el boyero ala amarilla (Cacicus chrysopterus).
Entre los mamíferos, se pueden destacar la mulita grande (Dasypus novemcinctus), la comadreja overa (Didelphis albiventris), el oso hormiguero (Myrmecophaga tridactyla), el oso melero (Tamandua tetradactyla), el mono carayá o aullador (Alouatta caraya), el mirikiná o mono de noche (Aotus azarai), el aguará guazú (Chrysocyon brachyurus), el zorro de monte (Cerdocyon thous), el lobito de río (Lontra longicaudis), el coipo (Myocastor coypus), el carpincho (Hydrochaeris hydrochaeris), el tuco tuco chaqueño (Ctenomys argentinus), el murciélago gigante (Chrotopterus auritus), el vampiro común (Desmodus rotundus), el ciervo de los pantanos (Blastocerus dichotomus), la corzuela parda (Mazama gouazoupira), el ocelote (Leopardus pardalis), el gato montés (Oncifelis geoffroyi), el puma (Puma concolor), el coatí (Nasua nasua), el aguará-popé (Procyon cancrivorous), el tapir (Tapirus terrestris) y el pecarí de collar (Pecari tajacu).
SITUACIÓN AMBIENTAL EN EL CHACO HÚMEDO Por: Rubén GinzburgI y Jorge AdámoliII ILaboratorio de Ecología Regional, Departamento de Ecología, Genética y Evolución, Facultad de Ciencias Exactas y Naturales (FCEN), Universidad de Buenos Aires (UBA). IIProfesor Asociado de Ecología Regional, FCEN, UBA. Investigador Independiente del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET). jorge@ege.fcen.uba.ar
Delta e Islas del Paraná
La Ecorregión Delta e Islas del Paraná es un conjunto de macrosistemas de humedales de origen fluvial que, encajonado en una gran falla geológica, se extiende en sentido norte-sur, a lo largo de la llanura chaco-pampeana, y cubre 4.825.000 ha (APN, 2001). Si bien su nombre destaca algunos de sus componentes más conspicuos, resulta conveniente aclarar que incluye el corredor fluvial y las planicies aluviales del tramo inferior del río Paraguay (en adelante, Bajo Paraguay), de los tramos medio e inferior del río Paraná (es decir, el Paraná Medio y el Delta del Paraná) y el cauce del Río de la Plata (Burkart et al., 1999). Dichos sectores cuentan con porciones tanto continentales como insulares y, si bien poseen varias características ecológicas comunes, por su ubicación, extensión y algunos rasgos físico-biológicos y socio-económicos diferenciales, son comúnmente descriptos en forma separada (Pando y Vitalli, 2002).
El río Paraguay nace a los 14° 20’de latitud sur en el Matto Grosso central (Brasil). El Bajo Paraguay corresponde a la porción argentino-paraguaya del mismo, la que se inicia en su confluencia con el río Pilcomayo (donde se hace sinuoso y con pequeñas islas) y se extiende hasta su desembocadura en el río Paraná (27° 17’de latitud sur).
El río Paraná, el segundo más largo de Sudamérica, también nace en territorio brasileño (15°30’ de latitud sur). Por sus características geomorfológicas e hidrológicas diferenciales, comúnmente es zonificado en cuatro grandes tramos: el Alto Paraná, el Paraná Superior (no incluidos en la ecorregión), el Paraná Medio y el Delta. El Paraná Medio se extiende desde su confluencia con el río Paraguay en Paso de la Patria (Corrientes) hasta la ciudad de Diamante (Entre Ríos), donde se inicia el Delta (Giraudo y Arzamendia, 2004). En él, la margen correntino-entrerriana es una barranca continua y elevada, mientras que la chaqueño-santafesina es baja (Pando y Vitalli, 2002). En el Delta, el cauce se ensancha determinando un amplio valle de inundación que, en su porción terminal, se divide en dos grandes brazos para conformar un verdadero delta desde el punto de vista geomorfológico (Quintana et al., 2002).
El Río de la Plata, por último, corresponde, en realidad, a un estuario que se extiende desde la porción terminal del Delta y la desembocadura del río Uruguay hasta el Océano Atlántico, y finaliza a la altura de una línea imaginaria que une la localidad de Punta Rasa, en la Argentina, con Punta del Este, en Uruguay (Bonetto y Hurtado, 1999).
En términos generales, se trata de macrosistemas complejos en los que los flujos de energía y materiales ocurren como pulsos de inundación y sequía. Por otro lado, como el agua proviene en gran parte de otras regiones, se produce un desfasaje de algunos meses entre las precipitaciones ocurridas en las altas cuencas y los niveles de agua en los grandes ríos (Neiff y Malvárez, 2004). Estos macrosistemas incluyen ambientes acuáticos permanentes, temporarios y sectores de tierra firme, distribuidos en gradientes desde los canales principales hacia los laterales de sus llanuras aluviales. Este rasgo geomorfológico característico sumado a la elevada capacidad de almacenaje de agua en sus suelos (que se saturan por la circulación del río) y a la variabilidad regional observada en el balance lluvias/evapotranspiración + infiltración determinan su “elasticidad”, es decir, la relación dinámica entre las superficies ocupadas en las fases de máxima inundación (o de aguas altas) y de sequía (o de aguas bajas). Dicha elasticidad permite explicar, en gran medida, aspectos tales como la prevalencia de fenómenos de acumulación o degradación de la materia orgánica, la variación en las condiciones químicas, el almacenamiento y la movilidad de los nutrientes y el flujo, la distribución y la abundancia de las poblaciones animales y vegetales (Neiff y Malvárez, 2004). Las comunidades bióticas pueden presentar importantes diferencias en su complejidad y diversidad específica; en muchos casos, se observan gradientes claramente marcados entre las distintas secciones del río y entre los diferentes componentes de la llanura de inundación (Marchese et al., 2002).
Los grandes ríos Paraguay y Paraná constituyen importantes “corredores”, es decir, vías efectivas para la migración activa o pasiva de flora y fauna de linaje tropical hacia zonas templadas, donde pueden coexistir con especies propias de estas últimas (Kandus y Malvárez, 2002; Quintana et al., 2002). Según Giraudo y Arzamendia (2004), varias especies de aves, reptiles y grandes mamíferos tropicales tendrían mayor afinidad con la biota amazónica, a diferencia de las que “bajan” por el Alto Paraná y el río Uruguay, que serían más “atlánticas”.
Los eventos periódicos de inundación producen situaciones de estrés biótico que, en muchos casos, implican un “volver a iniciar” del sistema; la fase de aguas bajas también constituye un importante factor de selección que condiciona la distribución de animales y plantas (Neiff y Malvárez, 2004). Sin embargo, muchos de los organismos presentes se hallan adaptados a los mencionados pulsos y pueden sobrevivir en una amplia gama de condiciones ambientales, o bien migran en las épocas desfavorables (Bó y Malvárez, 1999). La percepción humana de estos eventos (particularmente de las inundaciones) tiene connotaciones y alcances muy distintos. La inundación “puede resultar detrimental por su magnitud, amplitud o lo inesperado de su ocurrencia, pero también por la incoherencia del funcionamiento de la sociedad humana antes, durante y después de su manifestación” (Neiff y Malvárez, 2004). No debe olvidarse, por lo tanto, que el régimen hidrológico de pulsos es el responsable de las elevadas productividad y diversidad biológica que caracterizan a la ecorregión y, por lo tanto, de los numerosos bienes y servicios que históricamente han brindado a las sociedades humanas que la habitan. A continuación, se realiza una breve descripción físico-biológica y socio-económica de cada uno de los cuatro grandes sectores identificados.
SITUACIÓN AMBIENTAL EN LA ECORREGIÓN DELTA E ISLAS DEL PARANÁ Por: Roberto F. Bó Grupo de Investigaciones en Ecología de Humedales (GIEH). Laboratorio de Ecología Regional. Departamento de Ecología, Genética y Evolución. Facultad de Ciencias Exactas y Naturales (FCEN), Universidad de Buenos Aires (UBA). rober@ege.fcen.uba.ar
Iberá
Iberá (“agua que brilla”) es la palabra del idioma guaraní con la que los aborígenes designaron a las enormes lagunas comprendidas en un extenso paisaje palustre. El macrosistema Iberá comprende un complejo de ecosistemas con predominio de los ambientes palustres (esteros y bañados) que interconectan extensos lagos poco profundos, unidos por cursos de agua de distinto orden. Por su posición estratégica en el noreste de la Argentina (Figura 1) y por su extensión (12.300 km2) es una de las principales fuentes superficiales de agua limpia de este país (Gálvez et al., 2003; Lancelle, 2003; Poi de Neiff, 2003).
El clima es subtropical húmedo y puede tener diferencias al comparar localidades situadas en los extremos norte y sur. Alo largo de series estadísticas que datan de cincuenta años, la temperatura mínima media mensual más baja se registró en junio y julio con valores comprendidos entre 16 y 17ºC. La mínima absoluta fue de -2ºC y para la serie considerada hubo baja frecuencia de heladas anuales (0,5). La temperatura máxima promedio más alta se registró en enero y febrero con valores de entre 27 y 28ºC, y las máximas absolutas llegaron a 44ºC. Hubo un importante aumento en el volumen anual de lluvias, que pasó de una media histórica de 1.300 mm/año a 1.700-1.800 mm/año, debido al cambio climático ocurrido a comienzos de 1970. Con ello, se produjeron cambios importantes en el escurrimiento, que se tornó difuso en tramos progresivamente mayores y provocó un alto efecto disipador de la vegetación. Por otro lado, las áreas centrales de las lagunas y los esteros están expuestas a vientos suaves durante todo el año, cuya velocidad media oscila entre los 5 y los 9 km/h. La mayor frecuencia de ráfagas se registró durante la primavera y hubo muy baja frecuencia de tormentas con vientos que superaron los 100 km/h.
La depresión tectónica del Iberá tiene fondo regular, si bien en el borde noroeste afloran lomadas arenosas cuyo eje está orientado en sentido noreste-sudoeste. Estas lomadas son relictos del modelado fluvial que ha dejado también ondulaciones suaves (hoy sumergidas bajo la vegetación) e islotes emergentes de pocas hectáreas, ocupados por bosques hidrófilos con especies de linaje paranaense. En otras palabras, la cubeta de los esteros del Iberá es asimétrica en el sentido transversal. La mayor depresión se encuentra en el límite oriental, en el que se ubica la mayor parte de los grandes lagos (Conte, Galarza, Naranjito, Iberá, Fernández, Trin, Medina). Este límite oriental del macrosistema es bien definido y constituye la divisoria de aguas de la provincia de Corrientes, hacia los ríos Paraná y Uruguay. El límite occidental es muy suave, difuso, en forma de extensos bañados.
En los ambientes de aguas quietas (leníticos), la conductividad eléctrica es un indicador de baja salinidad. Los valores registrados variaron poco entre las distintas lagunas y esteros, en diferentes épocas del año. El agua es ácida o neutra, tiene buena disponibilidad de oxígeno disuelto y una concentración de nitrato inferior a 100 mg.l-1. Según la disponibilidad de agua de lluvia, la lámina de agua tiene continuidad en sentido este-oeste y norte-sur. Las imágenes satelitales Landsat TM tomadas en 1998, en condición de máximo anegamiento del terreno, muestran que los esteros del Iberá, de Carambolas, Batel-Batelito, de Santa Lucía y las cabeceras del San Lorenzo se encontraban conectados por numerosas transfluencias. La separación de “cuencas” o “sistemas hidrográficos” es solamente operativa, pues existe una conexión superficial y freática (Neiff, 1977; INCYTH, 1978).
Los esteros que circundan las grandes lagunas tienen suelos de turberas (histosoles), de escasa ocurrencia en Sudamérica cálida; también presentan una matriz orgánica (más del 60%) originada por el entrelazado de las raíces y una deposición de sucesivas capas de materia vegetal, derivada de la muerte de las plantas del estero. Los suelos perimetrales tienen un alto grado de hidromorfismo, con predominio areal de los entisoles y alfisoles. Son de formación reciente, originados cuando se interrumpió la conexión superficial del Paraná con el Iberá (Neiff, 1997) en el período Ipsitermal, unos 8.000 a 3.000 años AC (Orfeo, 2003).
Flora y fauna Si la biota del Iberá se considera globalmente, la mayor complejidad se encuentra en el sector húmedo y subhúmedo del gradiente topográfico, sin registrarse especies endémicas.
El Iberá es uno de los humedales de clima cálido más diversificados de la biosfera, y se conocen 1.659 especies de plantas vasculares (Arbo y Tressens, 2002). El 70% de las plantas vasculares son terrestres y el 30% restante, acuáticas o palustres. En un estudio restringido a la Estancia Rincón y a los bosques próximos a la laguna Iberá (Bar et al., 2005) se recolectaron 3.348 artrópodos. Los autores de este trabajo destacan la riqueza de familias de insectos y de géneros de arácnidos.
En los ambientes leníticos y lóticos del Iberá se registraron, entre 1976 y 1980, ciento veintisiete especies de macrófitas acuáticas, la mayoría de las cuales son helófitas. Las plantas arraigadas emergentes, que pueden utilizar los nutrientes inmovilizados en los sedimentos del fondo de las lagunas y los esteros, constituyeron la bioforma dominante. Hubo sólo nueve especies de plantas flotantes libres que requieren de una mayor concentración de nutrientes disueltos en el agua que la registrada en el Iberá. En el mismo período se recolectaron setecientas noventa y seis algas en el plancton, distribuidas en ocho grandes taxa (Zalocar, 2003). Las algas verdes presentaron el mayor número de especies con dominancia de desmidiáceas, las cuales son muy comunes en aguas ligeramente ácidas con baja salinidad (Wetzel, 1981). El 60% de las desmidiáceas se registró por primera vez para la Argentina y el 30%, para América del Sur (Zalocar, 2003). Se registraron ciento veintiséis especies de crustáceos microscópicos que viven en suspensión en el agua de lagunas y esteros (zooplancton), y la mayor abundancia corresponde a los rotíferos (Frutos, 2003). En la vegetación acuática y palustre se recolectaron más de cien morfoespecies, si bien este número puede ser aún mayor cuando se complete la identificación taxonómica. La mayor complejidad se dio en los camalotales de Eichhornia azurea y el menor número de especies, en los esteros poblados de totoras (Typha latifolia). Los invertebrados que viven en la vegetación del Iberá, cuyo tamaño varía entre los 125 y los 18 mm, son un recurso trófico muy importante en las lagunas y los esteros, especialmente en las praderas sumergidas, donde pueden registrarse hasta 500.000 individuos por kilogramo de peso seco de vegetación (Poi de Neiff, 2003). La fauna del fondo de las lagunas es, en general, pobre, debido a que el fondo de estos lagos someros está cubierto por sedimentos orgánicos laxos que pueden ser removidos por la acción del viento (Bechara y Varela, 1990).
Hasta el presente, se han registrado ciento veintiséis especies de peces en relevamientos aún incompletos del Iberá (Almirón et al., 2003), lo que equivale a más de un tercio de las especies conocidas para la subregión brasílica en la Argentina. Si se agregan las especies de la cuenca del Riachuelo, en la región del Iberá, habría ciento veintinueve especies de peces (Lopez et al., 2005). En las lagunas del sector oriental-noreste (si se considera una línea imaginaria que se inicia en el río Corrientes y se dirige al noreste, que pasa por las lagunas Trin y Fernández), se registran especies de pequeña o moderada talla, que constituyen el alimento de los últimos eslabones de la malla trófica representados por las pirañas (Sarrasalmus nattereri y S. spiropleura) y los dientudos (Acestrorhamphua spp.). En el sector meridional (sudoeste) ingresan especies que habitan en el río Paraná, tales como el sábalo (Prochilodus lineatus), que llega hasta la laguna Iberá, y el dorado (Salminus brasiliensis), que llega hasta la laguna Paraná.
La fauna silvestre todavía no se conoce bien. El relevamiento más completo fue realizado por la Universidad Nacional del Nordeste (Alvarez et al., 2003). Dentro de este estudio, se cita la presencia de cuarenta y cinco especies de anfibios y aproximadamente treinta y cinco especies de reptiles. Entre los principales, se incluyen el yacaré negro (Caiman yacaré), el yacaré overo (Caiman latirostris) y la iguana overa (Tupinambis merianae). La serpiente venenosa que puebla la periferia de los esteros es la yarará o la víbora de la cruz (Bothrops alternatus), encontrada con poca frecuencia en isletas de monte dentro de los esteros. También existen algunos ejemplares inofensivos como la ñacaniná (Hydrodynastes gigas), la falsa yarará (Lystrophis dorbignyi) y la constrictora curiyú (Eunectes notaeus).
Giraudo et al. (2003) presentan una valiosa prospección de la avifauna del Iberá, en la cual citan trescientas cuarenta y tres especies (que corresponden al 70,5% de las aves de Corrientes y al 34,5% de las aves registradas en la Argentina). De este total, trescientas cuarenta y dos son aves autóctonas y la mayor parte (88%), de linaje paranaense. En los esteros y las lagunas existen poblaciones de aves ictiófagas como los biguá (Phalacrocorax brasilianus) y los macaes (Podiceps spp.).
El sistema Iberá constituye uno de los corredores más importantes de aves migratorias que visitan los humedales de los ríos Paraná, Paraguay y los humedales del sistema de lagunas litorales de Río Grande do Sul (Brasil). No se han introducido aún especies exóticas de aves en el Iberá, aunque ha sido registrado el gorrión (Passer domesticus), de amplia dispersión en la Argentina (Giraudo et al., 2003).
El mayor desequilibrio ambiental en relación con la fauna se debe al avance de una especie autóctona: la vizcacha, cuya expansión en la periferia sudeste del macrosistema coadyuva a los procesos erosivos y se relaciona con el uso inadecuado de la tierra y otros factores.
El patrón de paisaje, el origen, la química de sus aguas, la elevada riqueza de especies vegetales y animales, su estado prístino y su posición biogeográfica hacen del Iberá un sistema único en América. Algunos de sus paisajes tienen equivalentes ecológicos en Sudamérica –alta cuenca del Paraguay, cuenca media y baja del Amazonas; planicies del Orinoco y del Magdalena–; en África –cuenca del Nilo– y en Europa –cuenca del Danubio– (Neiff, 2001).
SITUACIÓN AMBIENTAL EN LA ECORREGIÓN IBERÁ Por: Juan José Neiff I y Alicia S. G. Poi de NeiffI, II I Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET). II Profesora Titular de Limnología, Universidad Nacional del Nordeste (UNNE), CONICET. neiff@arnet.com.ar
Selva Paranaense
El Bosque Atlántico de Sudamérica es uno de los bosques tropicales lluviosos más amenazados de la Tierra, del cual subsiste solamente el 7% de su cobertura original. En una clasificación mundial basada en el análisis comparativo de datos sobre biodiversidad, el WWF ha identificado las Global 200, las ecorregiones más destacadas que representan el espectro completo de los diversos hábitat terrestres de agua dulce y marinos de la Tierra. El Bosque Atlántico, una de las ecorregiones incluidas en las Global 200, es, en realidad, un complejo de quince ecorregiones terrestres1 que recorre la costa atlántica de Brasil y se extiende hacia el oeste por Paraguay oriental y el noreste de la Argentina. Este complejo de ecorregiones también ha sido identificado como una de las veinticinco “zonas calientes de biodiversidad” del mundo (biodiversity hotspot) por Conservation International (Mittermeier et al., 1998; Myers et al., 2000). Birdlife International ha mapeado cada una de las especies de aves con rango de distribución restringida a menos de 50.000 km2, y estas áreas de endemismo de aves se superponen significativamente con una gran parte del complejo de ecorregiones del Bosque Atlántico (WWF, 2000).
Apesar de su estado altamente fragmentado, el Bosque Atlántico es aún uno de los ecosistemas biológicos más diversos de la tierra, pues contiene el 7% de las especies del mundo (Quintela, 1990, en: Cullen et al., 2001). Esta biodiversidad no se encuentra distribuida en forma uniforme, ya que las diferentes combinaciones de temperatura, altitud, suelos, precipitaciones y distancia al océano a lo largo de su extensión han creado condiciones para que evolucionen grupos únicos de especies en áreas localizadas.
El Bosque Atlántico no sólo se caracteriza por su biodiversidad, sino también porque su nivel de especies endémicas (aquéllas que no se encuentran en ningún otro lugar de la Tierra) es asombroso, aspecto que hace que este complejo de ecorregiones sea de alta prioridad para la conservación. El 40% de las 20.000 especies de plantas del Bosque Atlántico son endémicas y el 42% de los 1.361 vertebrados terrestres también son endémicos (Myers et al., 2000). Más del 52% de sus especies arbóreas, el 74% de las especies de bromelias, el 80% de las especies de primates y el 92% de sus anfibios son endémicos (Mittermeier et al., 1999; Quintela, 1990, en: Valladares-Padua et al., 2002). Muchas de estas especies se encuentran, en la actualidad, amenazadas de extinción.
Además de contar con algunas de las especies más raras del mundo, lo que queda del Bosque Atlántico está directamente asociado con la calidad de vida de la población humana. Estos bosques son vitales para la protección de las cuencas hídricas, la prevención de la erosión del suelo y el mantenimiento de las condiciones ambientales necesarias para la existencia de ciudades y áreas rurales. Sólo en Brasil el Bosque Atlántico es la reserva de agua de casi las tres cuartas partes de la población del país. Una gran parte de la electricidad de Brasil, Paraguay y la Argentina se produce en los ríos del Bosque Atlántico y, especialmente, en la Ecorregión del Alto Paraná, donde se encuentran dos de las represas más grandes del mundo (Itaipú y Yacyretá).
En la actualidad, las tres cuartas partes de los 170.000.000 de habitantes de Brasil viven en el Bosque Atlántico y el 80% del PBI de Brasil, la octava economía más grande del mundo, se produce en esta región. Su ocupación se dio desde el inicio del proceso de colonización de este país, lo que causó su temprana fragmentación y degradación. La ocupación de la ecorregión en Paraguay y la Argentina empezó más tarde y, hasta comienzos del siglo XX, la mayor parte del Bosque Atlántico de estos países todavía se encontraba cubierta de bosque nativo. En las últimas décadas, se transformaron grandes extensiones del Bosque Atlántico en Paraguay para desarrollar plantaciones de soja a gran escala y agricultura a pequeña escala. En la Argentina, la colonización y el desarrollo del país comenzaron en las pampas, lejos de este bosque que, en la provincia de Misiones, fue explotado relativamente tarde en la historia del país, principalmente para la obtención de madera y yerba mate.
El Bosque Atlántico del Alto Paraná También conocido como Selva Paranaense, el Bosque Atlántico del Alto Paraná es la ecorregión más grande (471.204 km2) de las quince ecorregiones que conforman el complejo de ecorregiones del Bosque Atlántico, y se extiende desde los faldeos occidentales de la Serra do Mar, en Brasil, hasta el este de Paraguay y la provincia de Misiones, en la Argentina (ver Figura 1). Esta ecorregión posee los bloques boscosos remanentes más grandes, y éstos todavía contienen el conjunto original de grandes vertebrados, entre los que se incluyen grandes predadores (como las harpías, las águilas crestudas, los jaguares, los pumas y los ocelotes) y grandes herbívoros (como los tapires, los venados y los pecaríes). Aunque estos bloques representan una importante oportunidad para la conservación, también presentan el singular desafío de encontrarse a través de las fronteras de tres países con diferentes culturas y diferentes idiomas, con una diversidad socio-económica y cultural compleja, y con recientes crisis económicas y sociales. Más de 25.000.000 de personas viven en esta ecorregión; 18.600.000, en áreas urbanas y 6.400.000, en áreas rurales. La toma de decisiones a nivel gubernamental en la ecorregión es también compleja, ya que las políticas de importancia para el Bosque Atlántico del Alto Paraná son desarrolladas e implementadas por tres gobiernos nacionales, dieciocho gobiernos provinciales, estaduales y departamentales, y 1.572 gobiernos municipales.
A pesar del alto grado de fragmentación del hábitat natural, aún existen buenas oportunidades para la conservación de los grandes fragmentos de bosques remanentes en la ecorregión. Si es posible conservar estos grandes bloques de Selva Paranaense, entonces se podrán mantener los procesos ecológicos que sustentan la diversidad biológica.
SITUACIÓN AMBIENTAL EN LA ECORREGIÓN DEL BOSQUE ATLÁNTICO DEL ALTO PARANÁ (SELVA PARANAENSE)I Por: Guillermo PlacíII y Mario Di BitettiIII IExtraído de: Di Bitetti, M. S., G. Placci y L. A. Dietz, Una visión de biodiversidad para la Ecorregión del Bosque Atlántico del Alto Paraná: Diseño de un paisaje para la conservación de la biodiversidad y prioridades para las acciones de conservación, Washington DC, World Wildlife Fund, 2003. IIDoctor en Ciencias Naturales, especialista en ecología forestal, Foundations of Success (FOS). IIIConsejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), Laboratorio de Investigaciones Ecológicas de las Yungas (LIEY), Universidad Nacional de Tucumán y Asociación Civil Centro de Investigaciones del Bosque Atlántico (CeIBA). guillermoplacci@ciudad.com.ar
Monte
La región del Monte se extiende latitudinalmente en forma de faja al este de la cordillera de los Andes, comienza en Salta y Jujuy, y se ensancha hasta el Océano Atlántico en Río Negro y Chubut, de modo que recorre más de 2.000 km. Dentro de esta gran extensión se han descrito dos ecorregiones que se diferencian principalmente por sus características geomorfológicas: el Monte de Sierras y Bolsones, que abarca la zona norte hasta el sur de San Juan, y el Monte de Llanuras y Mesetas, que comprende desde el sur de San Juan hasta Chubut (Burkart et al., 1999). La aridez y la composición florística y faunística son bastante homogéneas en toda su extensión. El clima es cálido y seco, con gran variedad térmica diaria y entre estaciones, aunque es notable la isotermia a lo largo del gradiente latitudinal, si se considera que abarca 20°C y la temperatura media anual sólo varía entre 13,4°C en Trelew y 17,5°C en Tinogasta (Cabrera, 1976). Las precipitaciones muestran un marcado gradiente este-oeste y son muy variables: entre 80 mm y alrededor de 300 mm anuales (con algunos registros excepcionales), aunque en pocos lugares superan los 200 mm. La estación seca dura hasta un máximo de nueve meses y las lluvias están restringidas al verano, excepto en el sur, donde tienden a distribuirse más regularmente a lo largo del año (Lopez de Casenave, 2001).
El tipo de vegetación predominante es la estepa arbustiva alta, caracterizada mayormente por la comunidad del jarillal, con presencia de cactáceas columnares o cardones y bosques de algarrobos en algunas zonas. La cobertura herbácea es muy variable y depende fuertemente de las precipitaciones y del impacto de la ganadería. La fauna, en la porción norte, posee especies en común con la Selva Paranaense, con la llanura chaqueña y con las Yungas, mientras que la región sur comparte algunas especies con la Estepa Patagónica.
Monte de Sierras y Bolsones. La geografía de esta zona presenta gran variedad de estructuras geomorfológicas y de altitud. Hacia el oeste limita con la Puna y los Altos Andes, y ocupa bolsones y laderas bajas. Entre los 24° 35’ y los 27° de latitud sur se observan exclusivamente valles longitudinales que se continúan hacia el sur por cuencas cerradas (bolsones) y por valles intermontanos. El área de los bolsones es una franja relativamente angosta, pero muy extendida en sentido latitudinal, y se caracteriza por no contar con una red de agua permanente. Dentro de cada bolsón se distinguen distintos paisajes con vegetación y suelos característicos como huayquerías, barriales, medanales y salares (Morello, 1958).
Monte de Llanuras y Mesetas. Desde Mendoza hacia el sur, el paisaje es más homogéneo, prevalecen los paisajes de llanura y extensas mesetas escalonadas con alturas que oscilan entre los 0 y los 1000 msnm (Morello, 1958; Cabrera, 1976; Burkart et al., 1999). Las mesetas se distribuyen discontinuamente y asocian algunos cerros-mesa, cuerpos rocosos colinados, depresiones, llanuras aluviales y terrazas de ríos. Tres ríos principales atraviesan esta región: el Desaguadero-Salado, el Colorado y el Negro (Burkart et al., 1999).
SITUACIÓN AMBIENTAL EN LA ECORREGIÓN DEL MONTE Por: Rodrigo G. Pol, Sergio R. Camín y Andrea A. Astié Grupo de investigación en Ecología de Comunidades de Desierto (ECODES), Instituto Argentino de Investigaciones de las Zonas Áridas (IADIZA), Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), Mendoza. rcamin@lab.cricyt.edu.ar
Espinal
Analizado desde el punto de vista de las especies arbóreas, el Espinal está caracterizado por el género Prosopis (algarrobos, ñandubay, caldén), aunque incluye asociaciones de especies muy diferentes entre sí. El Espinal rodea a la región pampeana por el norte, el oeste y el sudoeste. Está en contacto con los bosques paranenses, los bosques fluviales del Paraná y el Uruguay, el Chaco Oriental y Occidental, el Chaco Árido y el Monte. En cada una de esas diversas regiones se encuentran vegetaciones transicionales con el Espinal, por lo que resulta fácil imaginar la diversidad de situaciones incluidas en esta ecorregión. Gran parte del Espinal se localiza en tierras de alto desarrollo agrícola y urbano, motivo por el cual su superficie se ha visto fuertemente reducida desde hace décadas.
Algunas situaciones características del Espinal son los ñandubayzales de la Mesopotamia y los caldenares al oeste y al sudoeste de la región pampeana, que están dominados por especies arbóreas endémicas de esas áreas. En cuanto a los algarrobales de Santa Fe y Córdoba, su composición arbórea es similar a la de algunos bosques del Chaco Oriental. Algo similar ocurre con los talares, ya que no son muy diferentes de algunos parches de bosque en áreas de contacto Chaco-Yungas y Chaco-Paranense. Estas similitudes entre el Espinal y el Chaco fueron resumidas por Cabrera (1971), quien indicó que el Espinal podía considerarse como un Chaco empobrecido. Lo que resulta particular de los talares es su localización en el noreste de la Pampa Oriental, donde las leñosas están absolutamente subordinadas a los pastos. Las fisonomías boscosas del Espinal facilitan el desplazamiento de muchas especies animales asociadas a ambientes arbolados. Desde el centro de San Luis hasta el sur de La Pampa y Buenos Aires, el Espinal constituye un corredor arbolado entre los pastizales pampeanos y los arbustales del Monte. Muchas especies de aves propias de los boques chaqueños, paranenses y de las Yungas bordean los pastizales pampeanos asociados al Espinal. En los talares del noreste de Buenos Aires se demostró que muchas de esas especies se asocian a sectores con alta proporción de bosque, por lo que serían sensibles a los procesos de fragmentación y reducción de la superficie boscosa (Horlent et al., 2003).
Por otra parte, el Espinal constituye el hábitat utilizado por muchas especies de animales introducidos. Un ejemplo conspicuo lo representan las poblaciones de jabalíes y chanchos asilvestrados que se encuentran en Entre Ríos (por ejemplo, en el interior del palmar de Yatay), en los caldenares y su ecotono con el Monte, y en los talares, a través de la costa rioplatense y atlántica. Algo similar sucede con los ciervos introducidos, como en el caso del colorado, en los caldenares, y el ciervo axis en Entre Ríos y en los talares bonaerenses.
Muchas especies animales pampeanas, afectadas por la caza y la transformación del hábitat, son más frecuentes o se hallan solamente asociadas a remanentes de bosques del Espinal. El caso más emblemático es el ciervo de las pampas, ya que dos de sus poblaciones relictuales se localizan en los pastizales con caldenares, en San Luis, y en los pastizales con talares, en el noreste de Buenos Aires. Otros ejemplos, aunque no tan categóricos, son el gato montés, el zorro gris y el ñandú. La asociación entre estos animales y los bosques del Espinal puede estar más relacionada con una historia de uso que con una afinidad ecológica entre ambos. Tanto los bosques como las poblaciones animales se mantienen en los sitios con menor transformación por actividades humanas. El Espinal representa, en casi toda su extensión, una fisonomía en la que se combinan parches de bosque con pastizales y, en ocasiones, con comunidades palustres. Esta combinación de leñosas y herbáceas podría orientar el establecimiento de criterios a nivel del paisaje en cuanto a la situación deseable para las tierras del Espinal.
SITUACIÓN AMBIENTAL EN LA ECORREGIÓN ESPINAL Por: Marcelo Arturi Laboratorio de Investigación de Sistemas Ecológicos y Ambientales, Facultad de Ciencias Agrarias y Forestales, Universidad Nacional de La Plata. talares@ceres.agro.unlp.edu.ar
Pampa
Por su extensión, las Pampas constituyen el más importante ecosistema de praderas de la Argentina, y suman en total unos 540.000 km2. Poseen un relieve relativamente plano, con una suave pendiente hacia el Océano Atlántico. Una buena parte de la pradera pampeana está expuesta a anegamientos permanentes o cíclicos. Existen suelos aptos para la agricultura y la ganadería, aunque esta aptitud declina acompañando un gradiente de isohietas anuales que varía entre los 1.000 mm al noreste y los 400 mm al sudoeste. En los últimos ciento veinte años estas isohietas han tenido desplazamientos en esta dirección, con avances y retrocesos que coincidieron con las fases húmedas y secas del ciclo pluviométrico (Viglizzo et al., 1997). La mayor parte de las lluvias se concentra en primavera y verano. Las temperaturas medias oscilan entre los 14 y los 20ºC. La región pampeana puede subdividirse en seis regiones relativamente homogéneas: Pampa Ondulada, Pampa Central, Pampa Semiárida, Pampa Austral, Pampa Deprimida y Pampa Mesopotámica.
La flora nativa de las Pampas comprende unas mil especies de plantas vasculares (León, 1991). Las praderas estuvieron originalmente dominadas por gramíneas, entre las que predominaron los géneros Stipa, Poa, Piptochaetium y Aristida. Aunque disminuida en la actualidad, la fauna nativa de la pradera pampeana incluía abundantes mamíferos y aves (Krapovickas y Di Giacomo, 1998; Real et al., 2003). Entre ellos, cabe citar especies como el venado de las pampas (Ozotoceros bezoarticus), el ñandú (Rhea americana), las perdices (Rynchotus rufescens, Nothura sp., Eudromia elegans) y el “puma” (Puma concolor). De las cuatrocientas tres especies de aves registradas en la zona, unas trescientas habitan regularmente en las Pampas.
Campos y Malezales
Esta ecorregión comprende unos 30.000 km2 entre el sudeste de la provincia de Misiones y el noreste de Corrientes. Está limitada por las isohietas de 1.800 mm al noreste y la de 1.300 mm al sudoeste. Las temperaturas medias oscilan entre los 20 y los 22ºC. Hacia el norte es una continuación del paisaje misionero, con lomas, llanuras y humedales, donde prevalecen los suelos ácidos aptos para plantaciones forestales, yerba mate, té y arroz. Hacia el sur predomina una sabana tropical con planicies anegables, bañados, esteros longitudinales y pajonales. En buena parte de la región sobresale la ganadería extensiva de bovinos, desarrollada sobre pastizales naturales, en los que se utiliza el fuego como herramienta de manejo.
Comparte con las Pampas numerosos taxones vegetales y animales (Krapovickas y Di Giacomo, 1998; Real et al., 2003; Bilenca y Miñarro, 2004). Los pastos predominantes incluyen los géneros Andropogon,Aristida, Briza, Erianthus, Piptochaetium, Poa, Stipa, Paspalum,Axonpus y Panicum (León, 1991). Pequeños parches de bosque abierto surgen de la sabana, entre los que se destacan los géneros Syagrus, Acacia, Alagoptera y Diplothemium.
SITUACIÓN AMBIENTAL EN LAS ECORREGIONES PAMPA Y CAMPOS Y MALEZALES Por: Ernesto F. Viglizzo, Federico C. Frank y Lorena Carreño Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA), Área de Gestión Ambiental. evigliz@cpenet.com.ar
Bosques Patagónicos
La Ecorregión de los Bosques Valdivianos y los bosques y ecosistemas asociados se ubican entre los paralelos 35º y 48º de latitud sur en la Argentina, y abarcan las provincias de Neuquén, Río Negro y Chubut, entre el límite con Chile y el meridiano de 70º de longitud oeste. Esta región se encuentra limitada naturalmente por el Océano Pacífico al oeste y sur, y una serie de ecosistemas áridos o semiáridos al este y al norte, por lo que es considerada como una isla biogeográfica (Armesto et al., 1995). Los bosques húmedos más cercanos se encuentran a casi 2.000 km en el noroeste y el noreste de la Argentina. Por otra parte, el Bosque Templado de Sudamérica Austral (BTSA), dentro del cual se incluye esta ecorregión, mantenía fuertes conexiones biogeográficas antes del levantamiento de los Andes y del enfriamiento de Sudamérica Austral hace unos 20.000.000 de años (Aizen y Ezcurra, 1998).
La Ecorregión de los Bosques Valdivianos es altamente heterogénea en términos de ambientes. La influencia de los vientos húmedos del Pacífico y el efecto sombra que produce la Cordillera de los Andes sobre las vertientes orientales en la Argentina determinan un marcado gradiente de precipitación longitudinal. Así, a latitudes medias de 40° de latitud sur y a lo largo de escasos 80 km, la precipitación varía de 3.000 mm en los Andes a menos de 500 mm en la estepa patagónica. Existe también un marcado gradiente térmico no solamente latitudinal a escala de paisaje, sino también a escalas reducidas de cientos de metros a lo largo de gradientes altitudinales. Esta heterogeneidad en el medio físico alberga distintos tipos de bosque, y éstos, de norte a sur, son: 1) el bosque templado cálido, cuyos elementos característicos son las especies caducifolias roble pellín y raulí (Nothofagus obliqua y N. alpina), juntamente con la araucaria o pehuén (Araucaria araucana); 2) la selva valdiviana, que alberga la mayor riqueza de especies y que consiste en elementos neotropicales y australes; por ejemplo las cupresáceas longevas como el alerce y el ciprés de las guaitecas (Fitzroya cupressoides y Pilgerodendron uviferum) son dos elementos arbóreos característicos; 3) el bosque templado, dominado principalmente por la siempreverde coihue (Nothofagus dombeyi) en áreas más húmedas, mientras que en zonas ecotonales con la estepa y los bosques abiertos coexiste con el deciduo ñire (Nothofagus antarctica) y el ciprés (Austrocedrus chilensis); 4) el bosque magallánico, cuyos elementos característicos son el siempreverde (Nothofagus betuloides) y las deciduas (Nothofagus pumilio y N. antarctica).
La ecorregión valdiviana ha sido afectada por diferentes eventos históricos. En particular, las glaciaciones ocurridas durante el Pleistoceno impactaron sobre las especies, modificaron las presiones de selección y los rangos de distribución, y produjeron, en algunos casos, la extinción local de sus poblaciones. Ciertos datos de polen fósil indican que en el sur de Chile habrían existido zonas libres de hielo en las que especies valdivianas habrían sobrevivido durante el UMG –Último Máximo Glaciar– (Villagrán, 1991). Además, el uso de marcadores genéticos facilitó el análisis de patrones de distribución de la variación genética en poblaciones naturales y, a partir de ellos, la posibilidad de reconstruir la huella de procesos ocurridos en el pasado. Así, áreas de elevada diversidad genética son reconocidas como potenciales refugios durante las glaciaciones. Por otro lado, aquéllas empobrecidas genéticamente marcan rutas de desplazamiento postglaciario, debido a “cuellos de botella genéticos” ocurridos durante el proceso migratorio. De esta forma, diferencias genéticas significativas encontradas entre poblaciones de alerces indican la existencia de refugios glaciarios ubicados sobre diferentes vertientes de los Andes (Premoli et al., 2000 a). Posteriormente, otros estudios que utilizaron variados marcadores genéticos han confirmado la existencia de refugios glaciarios que se distribuyen al oeste y al este de los Andes para distintas especies leñosas (Donoso et al., 2004).
Principales especies y comunidades La ecorregión valdiviana (al igual que los restantes bosques andino-patagónicos) se caracteriza por poseer una biota altamente endémica (Aizen y Ezcurra, 1998). Cerca del 30% de los géneros de plantas leñosas son endémicos del BTSA, y en este bioma existen hasta dos familias de plantas vasculares que están presentes en esta región y en ningún otro lugar del mundo (Aextoxicaeae y Misodendraceae). Esta alta incidencia de endemismos es comparable a la que caracteriza a floras insulares oceánicas y es, posiblemente, el producto de la larga historia de aislamiento de este bioma boscoso. Los endemismos florísticos (e incluso algunos zoológicos –e.g., el marsupial Dromiciops gliroides, considerado un fósil viviente–) se pueden caracterizar como “paleoendemismos”, es decir, como representantes de linajes que especiaron en un pasado lejano y que, hoy en día, están representados por una o pocas especies por género o familia. Muchos de estos endemismos se encuentran entre las plantas epífitas, parásitas o trepadoras, formas de vida muy bien representadas en la ecorregión valdiviana. Éstas son más características de biomas tropicales y, posiblemente, son parte de la herencia tropical que todavía se ve reflejada en la composición florística actual y en los procesos ecológicos que ocurren en estos bosques (Aizen y Ezcurra, 1998).
Esta herencia tropical también se puede observar en las altas incidencias de polinización biótica (particularmente, ornitofilia) y dispersión animal (particularmente, endozoocoria), que se encuentran entre las más altas registradas para cualquier bioma templado. En la ecorregión valdiviana, cerca del 20% de las especies leñosas son presumiblemente polinizadas en forma exclusiva o, al menos, altamente eficiente por el único colibrí endémico de estos bosques, Sephanoides sephaniodes, lo que constituye un tipo de interacción altamente asimétrica y que otorga a este polinizador la categoría de especie clave (Aizen y Ezcurra, 1998; Aizen et al., 2002). Esta asimetría también caracteriza las interacciones planta-dispersor, entre las que sólo dos especies de aves,
Elaenia albices y Turdus falcklandii, son las mayores responsables de la dispersión de un gran número de especies de plantas leñosas productoras de frutos carnosos (Aizen et al., 2002). Este ecosistema también alberga interacciones únicas a nivel mundial, tales como la dispersión de semillas de la lorantácea Tristerix corymbosus por el marsupial Dromicops gliroides, probablemente una interacción muy antigua de origen gondwánico (Amico y Aizen, 2000). Las semillas de las demás especies estudiadas de esta familia que se encuentran mayormente en los trópicos y subtrópicos tienen dispersión mediante aves. En general, los estudios sobre redes de interacciones mutualistas planta-animal de la ecorregión valdiviana avalan la hipótesis de que la alta riqueza de plantas que son polinizadas o dispersadas por vertebrados depende de un ensamble extremadamente pobre de animales mutualistas. Por el contrario, en el caso de la polinización por invertebrados, trabajos recientes revelan que las flores entomófilas del BTSA interactúan con un ensamble insospechadamente diverso de insectos, rico en grupos taxonómicos exclusivos de este bioma (Aizen et al., 2002; Aizen y Amico, 2005). Aunque muchos de estos mutualismos parecen ser resilientes, otros aparentan tener un alto grado de sensibilidad ante distintas formas de perturbación antrópica, como la invasión de especies exóticas. Por ejemplo, en muchas zonas del BTSAel único abejorro nativo, Bombus dahlbomii, otro polinizador clave, ha sido reemplazado por su congénere de origen europeo B. ruderatus(Morales y Aizen, 2004), lo que produjo consecuencias potenciales para la polinización de la flora nativa (Morales y Aizen, 2002 y 2005).
SITUACIÓN AMBIENTAL DE LOS BOSQUES PATAGÓNICOS Por: Andrea C. Premoli, Marcelo A. Aizen, Thomas Kitzberger y Estela Raffaele Laboratorio Ecotono, Universidad Nacional del Comahue. apremoli@crub.uncoma.edu.ar
Estepa Patagónica
Las estepas y los semidesiertos patagónicos ocupan la mayor parte de las vastas llanuras, mesetas y serranías del extremo sur del continente americano, y cubren un área superior a los 800.000 km2. Hacia el noreste, la región limita, en un amplio ecotono, con la Provincia Fitogeográfica del Monte y, hacia el oeste, las estepas limitan con los bosques subantárticos (Paruelo et al., en prensa).
El clima patagónico está dominado por las masas de aire provenientes del Océano Pacífico y por los fuertes vientos provenientes del oeste (westerlies). El desplazamiento estacional de los centros de alta y baja presión sobre el Pacífico y las corrientes oceánicas costeras con dirección ecuatorial determinan los patrones estacionales de la precipitación (Paruelo et al., 1998). En invierno, la alta intensidad de la zona de baja presión polar y el desplazamiento hacia el norte del anticiclón del Pacífico determinan un aumento de las precipitaciones invernales sobre la región. Casi la mitad de las precipitaciones ocurren en los meses más fríos del año. La Cordillera de los Andes ejerce una gran influencia sobre el clima patagónico, ya que constituye una importante barrera para las masas de aire húmedo provenientes del océano. Éstas descargan su humedad en las laderas occidentales de los Andes y, al descender en la vertiente oriental, se calientan y se secan (calentamiento adiabático). Esto determina un fuerte gradiente de precipitaciones que decrece exponencialmente de oeste a este. Las estepas y los semidesiertos de la Patagonia reciben entre 600 y 120 mm de precipitaciones. En este sentido, en la mayor parte del territorio las precipitaciones no superan los 200 mm (Paruelo et al., 1998). La escasa precipitación y la distribución invernal de ésta determinan un fuerte déficit hídrico estival (Paruelo et al., 2000). Sobre la base de la relación evapotranspiración potencial/precipitación anual media, más del 55% de la Patagonia es árida o hiperárida y sólo un 9%, subhúmeda (Paruelo et al., 1998). Las isotermas tienen una distribución noreste-sudoeste debido al efecto combinado de la latitud y la altitud. Las temperaturas medias varían entre 3 y 12ºC. Los fuertes vientos del oeste modifican sensiblemente la sensación térmica, y la reducen, en promedio, 4,2ºC. Este efecto es más marcado en verano (Coronato, 1993), y genera veranos templados o aun fríos, una característica distintiva del clima patagónico.
Las mesetas de altura decreciente hacia el este constituyen uno de los rasgos geográficos más característicos de la Patagonia. En la parte norte y central, las sierras y las geoformas de origen volcánico pasan a ser un elemento importante del paisaje. Este paisaje resulta de una compleja interacción entre el volcanismo, la emergencia de los Andes y la actividad fluvioglacial. La red de drenaje regional consiste en una serie de ríos de curso oeste-este que drenan las húmedas laderas de los Andes y atraviesan las estepas y los semidesiertos en su camino al Atlántico.
Los detritos glaciales y los materiales volcánicos son los materiales parentales más importantes de los suelos patagónicos. En las porciones occidentales más húmedas y frías pueden desarrollarse suelos mólicos. Hacia el este y con el aumento de la aridez, los Aridisoles y los Entisoles dominan el paisaje. Éstos suelen presentar una gruesa capa calcárea cementada de entre 40 y 50 cm de profundidad (del Valle, 1998). Los “rodados patagónicos”, asociados a los procesos fluvioglaciales, son una característica de los suelos patagónicos, tal como lo reconocieron los primeros naturalistas europeos que la visitaron (Darwin, 1842; Strelin et al., 1999). La presencia de rodados es la responsable de la formación de “pavimentos de erosión” cuando la erosión eólica remueve los materiales más finos del suelo. En la región son frecuentes los paleosuelos, caracterizados por la presencia de “horizontes enterrados”. Éstos reflejan la influencia de condiciones climáticas pasadas sobre los procesos pedogéneticos.
Principales unidades de vegetación de la Patagonia La vegetación patagónica presenta una gran heterogeneidad tanto fisonómica como florística. Esta heterogeneidad contradice, en buena medida, la percepción de esta región como un vasto desierto en el fin del mundo. La Patagonia alberga desde semidesiertos a praderas húmedas con una gran variedad de estepas arbustivas y graminosas entre medio. Esta heterogeneidad en la vegetación refleja las restricciones que imponen las características climáticas y edáficas. Si bien las observaciones de la vegetación y la fauna patagónica comenzaron en el siglo XVIII, las primeras descripciones datan de principios del siglo pasado (Hauman, 1920, 1926; Frenguelli, 1941). La Provincia Fitogeográfica Patagónica es la prolongación austral del dominio florístico andino (Cabrera, 1976). La Patagonia se diferencia de las otras provincias de ese dominio (la Puneña y la Altoandina) por la presencia de endemismos de géneros tales como Pantacantha, Benthamiella, Duseniella, Neobaclea, Saccaedophyton, Ameghinoa, Xerodraba, Lepidophyllum, Philipiella, Eriachaenieum (Cabrera, 1947). Soriano (1956 a) describe por primera vez de manera comprehensiva e integral la heterogeneidad de la región, y da fin a una serie de controversias derivadas de una exploración incompleta y asistemática de la región. En su trabajo identifica seis distritos sobre la base de características fisonómico-florísticas: el Subandino, el Occidental, el Central, el de la Payunia, el del Golfo de San Jorge y el Magallánico. Más recientemente, otros autores (León et al., 1998) avanzan sobre la descripción de Soriano y sintetizan los trabajos florísticos, fito-sociológicos y ecológicos generados a partir de 1970 por distintas instituciones y revisan los límites entre los distritos.
Las estepas graminosas caracterizan los distritos más húmedos de la región: el Subandino y el Magallánico. Ambos están dominados por gramíneas del género Festuca (F. pallescens y F. gracillima, respectivamente), acompañadas por otros pastos muy palatables para los herbívoros y algunos arbustos. En el distrito Subandino algunos arbustos (Mulinum spinosum, Senecio filaginoides y Acaena splendens) resultan indicadores de deterioro por pastoreo (León y Aguiar, 1985; Bertiller et al., 1995). En el distrito Magallánico los arbustos son un componente de la estepa y difieren en cuanto a las especies, según se trate de estepas xéricas (Nardophyllum bryoides) o húmedas (Chilliotrichum diffusum y Empetrum rubrum) –Collantes et al., 1999.
Las estepas arbustivo-graminosas ocupan la porción semiárida ubicada al este del distrito Subandino (distritos Occidental y de la Payunia). Esta unidad fisonómica domina también en buena parte del distrito del Golfo. Las estepas del distrito Occidental están dominadas por los arbustos Mulinum spinosum, Senecio filaginoides y Adesmia volkmanni, y también por las gramíneas Stipa speciosa, S. humilis y Poa ligularis (Golluscio et al., 1982). Como en el caso del distrito Subandino, a lo largo del eje norte-sur sólo se modifican en este distrito las especies acompañantes. Por el contrario, el distrito de la Payunia es un intrincado mosaico de estepas arbustivas, cuyas dominantes varían de acuerdo con el tipo de sustrato, la elevación y la topografía. Además de las especies ya citadas para el distrito Occidental, la Payunia incorpora elementos florísticos de la Provincia Fitogeográfica del Monte.
El distrito del Golfo de San Jorge incluye dos unidades de vegetación dispuestas en un intrincado diseño espacial. Las laderas de las mesetas de Montemayor, Pampa del Castillo y Pampa de Salamanca están ocupadas por matorrales dominados por Colliguaya integerrima y Trevoa patagonica, dos arbustos leñosos que pueden alcanzar hasta 2 m de altura. En cambio, las partes planas de dichas mesetas están ocupadas por estepas arbustivo-graminosas similares a las del distrito Occidental (Soriano, 1956; Bertiller et al., 1981).
Los sistemas más áridos de la provincia patagónica están incluidos dentro del distrito Central. Como las precipitaciones son escasas en todo el distrito, la vegetación varía de acuerdo con la topografía, la temperatura y los suelos. La unidad más extendida es un semidesierto dominado por arbustos enanos, entre los cuales se destacan Nassauvia glomerulosa, N. ulicina y Chuquiraga aurea. Estas comunidades, cuya vegetación es muy baja (su altura es inferior a los 30 cm) y con escasa cobertura (menor al 30%), están ubicadas, generalmente, sobre suelos muy arcillosos, con un balance hídrico muy desfavorable. El resto del distrito Central está ocupado por diferentes tipos de estepas arbustivas, que ocupan los suelos más profundos y/o arenosos. Las más importantes de estas estepas arbustivas son las dominadas por Chuquiraga avellanedae (cuya altura no supera los 50 cm y su cobertura es inferior al 50%), que puebla las mesetas planas del noreste del distrito; Colliguaya integerrima (con 150 cm de altura y un 65% de cobertura), ubicada sobre las lomadas basálticas del noroeste; Nardophyllum obtusifolium (con 60 cm de altura y un 50% de cobertura), que se encuentra en las serranías del centro-oeste y Junellia tridens (con 70 cm de altura y un 60% de cobertura), que está presente en las mesetas del sur del distrito (León et al., 1998).
En todos los distritos de la Patagonia la vegetación muestra una heterogeneidad más fina que la descripta, asociada con la altura, la pendiente y la exposición (Jobbágy et al., 1996; Paruelo et al., 2004). Por toda la región se encuentran “mallines”, praderas húmedas generalmente asociadas con los cursos de ríos o arroyos o con los fondos de los valles. En ellos, la alta disponibilidad de agua, debida a la redistribución local, determina una fisonomía enteramente diferente. La cobertura a menudo supera el 100%, y las dominantes son los pastos mesofíticos (Poa pratensis, Deschampsia flexuosa, etc.), los juncos (Juncus balticus) y las ciperáceas (Carex spp.). En las estepas más occidentales los mallines pueden ocupar hasta el 5% de la superficie y proveen un hábitat de crucial importancia para la fauna silvestre y, a su vez, un importante recurso forrajero (Paruelo et al., 2004). La mayor parte de las especies actualmente presentes en los “mallines” son exóticas (europeas, en general) o cosmopolitas. La dominancia de especies exóticas es un hecho raro en las estepas patagónicas. La distribución de especies exóticas está restringida a áreas muy modificadas y a unas pocas especies; entre ellas, se destacan Rosa rubiginosa (rosa mosqueta, un arbusto europeo) y Bromas tectorum (una gramínea anual de origen euroasiático).
SITUACIÓN AMBIENTAL EN LA ESTEPA PATAGÓNICA Por: José M. ParueloI, Rodolfo A. GolluscioI, Esteban G. JobbágyII, Marcelo CanevariIII y Martín R. AguiarI IInstituto de Investigaciones Fisiológicas y Ecológicas Vinculadas a la Agricultura. Facultad de Agronomía, Universidad de Buenos Aires (UBA). Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET). IIUniversidad Nacional de San Luis y CONICET. IIIMuseo Argentino de Ciencias Naturales B. Rivadavia. paruelo@agro.uba.ar
Mar Argentino
El Mar Argentino es “muchos mares”. La paradoja se origina en la dificultad que supone entender al mar como un concepto unitario. Su fragmentación obedece a las dificultades que encierra conciliar las diversas dimensiones del mar con un estilo de gestión que refleje su unidad esencial. Dicha fragmentación viene impuesta por las diferentes modalidades de uso y la lógica que subyace en la delimitación de los espacios jurisdiccionales, que determinan que la perspectiva dominante acerca de la naturaleza del mar sea aquélla en la que prevalecen las capacidades y las limitaciones del hombre a la hora de administrarlo.
Bajo esta perspectiva del mar –signada por las jurisdicciones política y de hecho– se determinan la naturaleza y las consecuencias de la mayoría de las decisiones de relevancia sobre el uso y la gestión actuales del Mar Argentino, lo que representa un ejemplo del paradigma de ordenamiento espacial dominante a escala global. Una visión distinta surge cuando se mira el sistema bajo la óptica de la ciencia. Sólo desde la ciencia se alcanzan a percibir los fenómenos de gran escala que permiten explicar la unidad ecosistémica del Mar Argentino, tal como aparece cuando se intenta entender los factores que sostienen o condicionan sus ritmos y patrones, su biodiversidad y sus funciones ecológicas esenciales. Y todavía cabe incluir la apreciación estética del mar, en tanto escenario de incomparables espectáculos naturales que fueron forjados en la asombrosa fragua de la evolución.
El resultado de enfrentar estos puntos de vista tensa un conflicto entre discursos, el de los fenómenos naturales, por un lado, y el de los culturales, por otro. La confrontación con la realidad que propone la naturaleza debería ser el factor fundamental a la hora de dirimir la controversia. De allí que en este trabajo se presenta al Mar Argentino como un ecosistema que requiere un abordaje integrado bajo el principio de precaución. Este paradigma no es una alternativa, sino la única forma de garantizar la satisfacción a perpetuidad de necesidades, deseos y aspiraciones de las comunidades humanas, dependan o no del mar y sus recursos para su sustento. En el desarrollo de este ensayo se incluye una descripción sinóptica del ambiente oceánico y de las principales formas de vida que lo pueblan, y se trata de mostrar la naturaleza de su integración ecosistémica, su valor como escenario evolutivo y reservorio de biodiversidad y, de ser posible, reflejar algo de su incomparable belleza. Para finalizar, se reflexiona acerca del futuro, en términos de las amenazas que se ciernen sobre el Mar Argentino y las oportunidades que se avizoran para intentar una gestión sustentable que concilie los usos actuales y potenciales con los principios éticos y estéticos de la conservación. A tales fines, se esbozan presupuestos mínimos en procura de articular la integración de una agenda de conservación oceánica.
SITUACIÓN AMBIENTAL EN LA ECORREGIÓN DEL MAR ARGENTINO Por: Claudio CampagnaI, Carlos VeronaII y Valeria FalabellaIII IInvestigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) y de la Wildlife Conservation Society (WCS). Director del Proyecto Modelo del Mar (iniciativa conjunta del CONICET y la WCS). IIProfesor Titular de la Universidad Tecnológica Nacional (UTN) y consultor de la WCS. Director Asociado del Proyecto Modelo del Mar. IIIConsultora de la WCS. Directora Adjunta del Proyecto Modelo del Mar. ccvz_puertomadryn@speedy.com.ar
Antártida e Islas del Atlántico Sur
Comprende el Sector Antártico Argentino y las islas que, en conjunto, se conocen como Islas del Atlántico Sur: Georgias del Sur, Sandwich del Sur, Malvinas e Isla de los Estados.
El Sector Antártico Argentino alcanza una superficie aproximada de 5 millones de km2, de los cuales 3/4 partes están ocupadas por mares y 1/4 corresponde a la superficie sólida (tierra firme y barreras de hielo). Este sector se encuentra delimitado por los meridianos de 25° y 74° de longitud oeste, y por el paralelo de 60° de latitud sur. La Península Antártica (también llamada “Tierra de San Martín”, según la toponimia argentina) está rodeada por el mar de Weddell en su margen oriental, por el mar de Bellingshausen en la margen occidental y, al norte, por el Pasaje de Drake y el mar de Scotia. Hacia el interior, la Península Antártica constituye una meseta de unos 2.000 m de altura que se extiende hacia el norte de la masa continental antártica, y luego se desvía hacia el noreste. Una gran cantidad de glaciares se proyectan hacia el mar por ambas márgenes. La costa occidental de la península se diferencia de la oriental por ser mucho más recortada y por presentar gran cantidad de fiordos, canales, estrechos e islas. Por otro lado, la orografía de la margen occidental exhibe una configuración cordillerana que es una prolongación de la Cordillera de los Andes (“Antartandes”).
Existen numerosas islas y archipiélagos que rodean el continente antártico, que se ubican a ambos lados de la Convergencia Antártica, un cinturón de agua de unos 40 km de ancho en el cual las aguas frías que circulan hacia el norte se hunden por debajo de capas de aguas más cálidas. En la costa occidental de la Península Antártica se destacan dos importantes islas (Alejandro I y Belgrano) que, juntas, determinan la Bahía Margarita. Dos grandes archipiélagos, el de Palmer y el de las Shetland del Sur, bordean la costa occidental de la península. Otro importante archipiélago subantártico es el de las islas Orcadas del Sur, un grupo de cuarenta islas e islotes que se extienden entre los meridianos 44° y 47° de longitud oeste y entre los paralelos de 60° y 61° de latitud sur.
Clima La ecorregión Antártida e Islas del Atlántico Sur es la más fría y, hacia el interior de la masa continental antártica, se puede considerar también como la región más desértica del planeta, ya que a pesar de la gran disponibilidad de hielo, el agua en estado líquido es sumamente escasa. En esta ecorregión se diferencian dos zonas de gran contraste en relación con el clima: una de características marítimas y otra de características continentales.
La costa occidental de la Península Antártica y los archipiélagos presenta un clima marítimo y, por ende, de rasgos mucho más benignos. Estos sectores están incluidos en la zona denominada Antártida Marítima, que es notoriamente más húmeda que la zona continental y cuyas temperaturas medias anuales oscilan entre -10°C y -20°C. En verano, las costas de estas áreas son muy propicias para el establecimiento y la reproducción de fauna marina (aves y mamíferos), ya que las temperaturas medias estivales rondan los 0°C. En la región influenciada por el mar de Weddell, la temperatura suele ser de 4ºC a 7°C más baja que en la margen influenciada por el mar de Bellingshausen y las islas del arco de Scotia; a su vez, los vientos son más fuertes y fríos, y el área también se caracteriza por las frecuentes las tormentas de viento blanco o blizzards. Hacia el interior del continente antártico, el clima se torna cada vez más frío y seco, como consecuencia del aumento de la latitud, la altura de la meseta polar y la mayor continentalidad. En la zona de la meseta antártica central, las temperaturas medias anuales varían entre -30°C y -50°C, y la precipitación anual es sumamente escasa (entre 30 y 70 mm).
Las Islas del Atlántico Sur poseen rasgos climáticos similares a los de la estepa de la Isla Grande de Tierra del Fuego. En las islas Malvinas las precipitaciones alcanzan los 700 mm anuales, la temperatura media anual es de 6°C, y un rasgo sobresaliente es la elevada humedad, debida a la frecuente presencia de brumas marinas.
SITUACIÓN AMBIENTAL EN LA ANTÁRTIDA E ISLAS DEL ATLÁNTICO SUR Por: Irina IzaguirreI y Rodolfo SánchezII ILaboratorio de Limnología. Departamento de Ecología, Genética y Evolución de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales (FCEN), Universidad de Buenos Aires (UBA). irina@ege.fcen.uba.ar IIDirección Nacional del Antártico.